lunes, 26 de octubre de 2015

Teatro: El zoo de cristal de Tennessee Williams (2015)

El zoo de cristal es de ese tipo de literatura que carga las tintas contra las madres. Presenta a una madre aparentemente alegre y desenvuelta, pero en el fondo, y esto es algo que los hijos no saben ver, es una mujer profundamente preocupada por el porvenir de sus hijos, especialmente de su hija. Es una mujer que cometió el gran error de su vida al elegir como marido a un hombre débil y borracho que terminó por abandonarla. Nunca sale en la obra de teatro, pero en la adaptación de Eduardo Galán, dirigida por Francisco Vidal, su retrato sigue presente en el salón de la casa. Una manera de no olvidar la traición y el abandono de ese hombre. 

Amanda Wingfield era una joven sureña atractiva, elegante, preparada únicamente para ser una buena esposa y madre. Todavía conserva los viejos vestidos de cuando era joven y recuerda la cantidad de pretendientes que tuvo. Como ella misma dice “dominaba el arte de la conversación” y yo añadiría que ahora también domina el arte de disimular su fracaso. Ha tenido dos hijos que tienen que preparar su futuro durante la Gran Depresión en los Estados Unidos de 1930. 

Tom, soñador insatisfecho (como su padre), inseguro y egoísta y que abandonará a su familia (como su padre) a pesar de los ruegos de su madre para que siempre se ocupe de su hermana. Y Laura, una joven tímida que sufre ataques de pánico. No es guapa, ni elegante, ni simpática, no tiene pretendientes y además sufre una leve cojera que ella se encarga de agrandar. Vive pendiente de sus figuritas de cristal, tan frágiles como ella misma. Intuimos que Tom y Laura son grandes decepciones para las esperanzas de su elegante y decadente madre. Y aunque ella nunca lo dice abiertamente, de alguna manera esa frustración callada siempre acaba por salir, en comentarios tan cínicos como inocentes o en gestos de desprecio que casi pasan desapercibidos.

En su esfuerzo por encauzar la vida de sus hijos (lo que es su obligación como madre) se muestra dominante, manipuladora y obsesiva; pero también vulnerable, desorientada y tierna. Amanda quiere por todos los medios prevenir el desastre de su hogar, aunque no sepa cómo hacerlo y en lugar de evitar la ruina se gane el resentimiento de sus hijos.



Y es que es totalmente lógico que una mujer no sepa cómo ser madre. Sobre todo si es abandonada por aquel que tenía que proporcionarle un hogar estable, porque así era el reparto de papeles (así sigue siendo en la mayor parte del mundo): las mujeres no acceden a la educación ni a la preparación que les facilitaría encontrar un trabajo y a cambio de ello deben confiar su vida a un hombre egocéntrico que las puede abandonar en cualquier momento. En este caso Amanda, educada como una joven señorita del sur que “dominaba el arte de la conversación” no puede apoyarse ni siquiera en el hijo que ha salido tan flojo como su padre. El egoísmo de Amanda está plenamente justificado por haber sido educada como un ser dependiente de otros, de su marido, de su hijo, hombres menos inteligentes y valientes que ella, a los que debe confiar su propia supervivencia.



El zoo de cristal fue escrita por Tennessee Williams en 1944 y es una de sus obras más autobiográficas. En esta adaptación de Eduardo Galán, Silvia Marsó interpreta a Amanda. Sus hijos son Pilar Gil y Alejandro Arestegui. Carlos García Cortázar interpreta a Jim, el amigo de Tom y posible novio para Laura.


Autor: Tennessee Williams
Adaptación: Eduardo Galán
Dirección: Francisco Vidal 

Intérpretes: 
Silvia Marsó (Amanda) 
Carlos García Cortázar (Jim) 
Alejandro Arestegui (Tom) 
Pilar Gil (Laura) 

Escenografía: Andrea d'Odorico
Iluminación: Nicolás Fischtel
Vestuario: Cristina Martínez
Sonido: Tuti Fernández 

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