Es curioso que una misma película te produzca impresiones
tan diferentes según la edad a la que la ves. Debe ser porque ya no eres la
misma persona que la vio entonces. Recuerdo haber visto perdición hace un
montón de años en la televisión y que me quedé con la idea de lo malas que son
las mujeres-malas y lo fácil que es engañar a los pobres hombres que se
enamoran de ellas.
Ahora la he vuelto a ver en versión original y en cine y me
dí cuenta de las ganas que tenía él, el honrado agente de seguros, de que alguien le involucrara
en un asunto tibio. Double Indemnity es
el título original y hace referencia a una cláusula especial en los seguros de
vida por la cual, la muerte en circunstancias excepcionales es indemnizada
doblemente. Eso sólo un agente de seguros de la
época lo sabía. Así que no se puede dudar de que, para estafar a una compañía
de seguros, el más indicado sería alguien que estuviese dentro. Pero Perdición, el título en la versión española, se relaciona más con la caída en desgracia provocada por
una mujer fatal muy fatal. Podríamos hacer esa diferencia: para los anglosajones la
culpabilidad recaería en el agente de seguros y para los censores españoles de la
época en la mujer pecadora.
En cualquier caso, una gran película de Billy Wilder, una de
las primeras que puede clasificarse como cine negro o que marca las pautas de
lo que tendrá que ser el cine negro no protagonizado por gángsteres. El guion
fue escrito por el propio Wilder y por Raymond Chandler (maestro del género
negro en novela) y era la adaptación de una novela escrita por James M. Cain
(otro grande de la novela negra), que además se había basado en hechos reales.
Fred MacMurray es Walter Neff, el agente de seguros deseoso
de caer en las redes del mal y Barbara Stanwick es Phyllis Dietrichson, la
esposa asqueada y posible asesina de la primera esposa y madre respectivamente,
de un marido y una hijastra a los que no soporta. No desvelo nada si digo que
el final es desastroso para los amantes, puesto que en las primeras escenas ya
lo vemos. Neff llega a su despacho herido de bala y graba su confesión durante
la noche, para morir delante de su jefe y mentor y redimirse del crimen
cometido. En sucesivos flashbacks asistimos al desarrollo de la acción: desde
que Phyllis le cuenta su situación, hasta la planificación (al mínimo detalle)
del asesinato del marido. Todo es perfecto y resulta fácil, pero los amantes
empiezan a sentirse incómodos por las sospechas del jefe de Neff.
Phyllis es la representación del erotismo letal desde su
primera aparición envuelta en una toalla, porque aparentemente está tomando el sol, hasta cuando
baja las escaleras y la cámara sólo enfoca a sus tobillos, uno de ellos adornado
con una pulserita cargada por el diablo. Todo en ella es turbador: el perfume, las gafas de sol para no
ser reconocida y el último botón de la blusa por abrochar. Todo sirve para ofuscar el ánimo de alguien que quiere ser perturbado sin descanso. Es evidente que la
idea de matar a su marido parte de ella, pero Neff estaba esperando una ocasión
así sin ser realmente consciente de ello. En cuanto Phyllis le plantea
deshacerse del marido, Neff le dice tranquila
nena tengo el plan perfecto. Sólo necesitaba una excusa para ponerlo en
marcha. Pero la culpabilidad puede más que los amantes, se vuelve contra ellos y ajusta cuentas antes de que
la policía y los jueces puedan hacerlo.
Director: Billy Wilder
Guion: Raymond Chandler y Billy Wilder (novela: James M. Cain)
Música: Miklós Rózsa
Fotografía: John F. Seitz
Intérpretes: Fred MacMurray, Barbara Stanwyck y Edward G. Robinson
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