Esta película tenía todos los puntos para llegar a ser un
pastelón. Sin embargo, Icíar Bollaín ya es una directora con muchas tablas y
mucha experiencia para no caer en sentimentalismos baratos y en lágrima fácil. Es
una historia muy emotiva, pero tratada con bastante sobriedad y calma.
En realidad
varias historias atraviesan a los protagonistas: la crisis financiera y el
despertar de esa borrachera de éxito aparente que se vivió entre los años 1990
y 2010, el viaje emocional de una adolescente un poco perdida y la decrepitud y
la muerte física de un anciano que hace mucho tiempo que ya ha dejado su sitio
en este mundo.
Dicho así, parece un melodramón. Pero ya he dicho que Icíar
Bollaín ha sabido anclarse en otras cosas. Y ha tenido mucha ayuda por parte de
Anna Castillo, que interpreta a Alma y que atempera con su frescura todo el
drama. Ella y sus dos amigas, Wiki (María Romero) y Sole (Ana Isabel Mena) y por
supuesto, también el resto de protagonistas: Javier Gutiérrez “Alca”, el tío
alcachofa y Pep Ambrós, Rafa, el eterno enamorado lleno de esperanza
contagiosa.
Alma, Alca y Rafa se embarcan en un viaje y lo que sucede es
que, cuanto más se alejan, más firmes se vuelven sus raíces y más prisa tienen
en volver. El abuelo de Alma, hace mucho tiempo que se instaló en su silencio y
en su olvido, pero ella, se empeña en querer sacarle de allí. Durante su
infancia fue su compañero de juegos más fiel. Un hombre rudo, un agricultor
mediterráneo que, sin embargo, dejaba que su nieta le pintase las uñas y los labios
de color rosa. El olivo era su escenario de juegos preferido, aunque pareciese
un monstruo. Un olivo que no tenía nada de especial y lo tenía todo. Testigo de
la vida de la familia durante años y años.
Sin embargo, el padre de Alma y su tío decidieron venderlo
por 30.000 euros y desde entonces el silencio se apoderó del abuelo. Parece que,
hace unos años, fue normal comprar olivos centenarios y ponerlos de adorno en
los vestíbulos de grandes y pequeñas compañías (yo he conocido algún caso). Y
este olivo mediterráneo que necesita la luz y el calor del sol fue a parar al
vestíbulo de una empresa alemana, donde lo único que la única luz que le
llegaba era la de fluorescentes y el olor a sobaquina de los pulcros ejecutivos.
Y hasta allí se van los tres protagonistas, dos de ellos engañados pero tan
contentos. Sin un plan que les guíe, porque no saben qué quieren hacer. Los
tres saben que intentar recuperar el olivo es inútil, pero allá que van, por lo
menos podrán verlo en su “nuevo hogar”.
La película es un cuento para adultos. Para recuperar la
esperanza y para entender que el final igual es el principio de otra cosa nueva
o de la misma un poco transformada, como otra oportunidad para ver si esta vez
sale mejor. Y que aunque las cosas no sirvan para nada, por lo menos es
divertido hacerlas y seguro que haciendo algo raro conocerás de ti cosas que ni
te habías imaginado que tuvieras. De ti y de los demás.
Hay otras muchas cosas en la película. Pinceladas bien dadas
sobre la frustración y la desorientación aparente de los adolescentes, la
movilización a través de las redes sociales, una nueva generación de jóvenes
europeos con movilidad y un incipiente sentido de ciudadanía europea y sobre todo
la posibilidad de renacer siempre. Muy recomendable.
Directora: Icíar Bolláin
Guion: Paul Laverty
Música: Pascal Gaigne
Fotografía: Sergi Gallardo
Intérpretes: Anna Castillo, Javier Gutiérrez, Pep Ambrós.
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