jueves, 6 de febrero de 2020

Cine: El faro de Robert Eggers (2019)


Paradójicamente, situados en plena naturaleza es cómo los personajes, y los espectadores, sienten más la claustrofobia que impregna toda esta película. Un faro en un entorno violento, con un mar constantemente embravecido y un cielo negro que sólo presagia desgracias. Ese es el marco donde se encuentran dos personajes que llegan a padecer una locura tan similar que parecen uno la alucinación del otro.


Todo comienza con la llegada de un hombre joven, a un islote de Nueva Inglaterra a finales del siglo XIX, para sustituir al anterior ayudante del farero. Este hombre joven, aparentemente, es un buen trabajador, cumplidor y disciplinado, que necesita ahorrar dinero para escapar de su vida y se presenta voluntario para realizar esa tarea en una tierra inhóspita. Las experiencias cotidianas serán brutales desde el primer momento. Tendrá que vivir entre los orines y la mierda de un farero borracho y violento. Y si no fuera por la omnipresencia de los orinales llenos de inmundicias parecería que el hombre viejo sólo es una alucinación del hombre joven.


Entre los dos hombres se establecen dinámicas de juego de poder. Una batalla de masculinidades, sin tocarse físicamente están desafiándose constantemente. Echando pulsos que cada vez incluyen una mayor dosis de crueldad. El primero de estos pulsos será conseguir que el recién llegado se emborrache y, a partir de ese momento, cuando el hombre joven caiga en la bebida será el hombre viejo el que domine la situación.


El hombre viejo está obsesionado por la luz del faro e impide, sistemáticamente, que el hombre joven acceda a la linterna. Parece que, incluso, la luz tiene una forma corpórea, seductora y atrayente, que obsesiona a ambos y que oculta algún tipo de maldad. La película tiene también su lectura simbólica. El viejo domina y es dominado por la luz e impide que el joven acceda a la luz del conocimiento y de la vida; el viejo es el dios Proteo custodio de la luz y el joven es Prometeo quien roba la luz a los dioses para dársela a los seres humanos. Quizá sea una interpretación demasiado simplista, pero la película se presta a ella.


El hombre viejo, Thomas Wake, está interpretado por Willem Dafoe; y el hombre joven, Ephraim Winslow, por Robert Pattinson. Ambos se dejan la piel interpretando a dos seres invadidos por la locura, y cuya deriva emocional, tiene su correlato en la eterna tormenta que azota el islote y en la lucha por la luz. También queda espacio para las leyendas del mar. Una historia desarrollada en un islote que alberga un faro no podía prescindir de las sirenas y sus correspondientes maldiciones.


Formalmente, hay tres aspectos que destacan en esta película. La excelente fotografía en blanco y negro es obra de Jarin Blaschke. Ha utilizado lentes antiguas (de 1912 y también de los años 1930) y también, una iluminación obtenida a través de velas, consigue producir una sensación de constante terror.


El segundo aspecto es el formato de la imagen, casi cuadrado, que potencia la sensación de soledad y peligro; colocando la cámara para que facilite un punto de vista bajo que alarga las figuras y que, en el plano medio y en el primer plano consigue una sensación de asfixia en los personajes. El tercer aspecto es el sonido y la banda sonora. Chirriante, agónico y omnipresente durante toda la narración. Mezcla de tormenta y calma más amenazante que la propia tormenta. Muy recomendable.


Dirección: Robert Eggers
Guion: Robert Eggers y Max Eggers
Música: Mark Korven
Fotografía: Jarin Blaschke
Intérpretes: Willem Dafoe, Robert Pattison.


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