Paradójicamente, situados en plena naturaleza es cómo los
personajes, y los espectadores, sienten más la claustrofobia que impregna toda
esta película. Un faro en un entorno violento, con un mar constantemente embravecido
y un cielo negro que sólo presagia desgracias. Ese es el marco donde se
encuentran dos personajes que llegan a padecer una locura tan similar que
parecen uno la alucinación del otro.
Todo comienza con la llegada de un hombre joven, a un islote
de Nueva Inglaterra a finales del siglo XIX, para sustituir al anterior
ayudante del farero. Este hombre joven, aparentemente, es un buen trabajador, cumplidor
y disciplinado, que necesita ahorrar dinero para escapar de su vida y se presenta
voluntario para realizar esa tarea en una tierra inhóspita. Las experiencias cotidianas
serán brutales desde el primer momento. Tendrá que vivir entre los orines y la
mierda de un farero borracho y violento. Y si no fuera por la omnipresencia de
los orinales llenos de inmundicias parecería que el hombre viejo sólo es una
alucinación del hombre joven.
Entre los dos hombres se establecen dinámicas de juego de
poder. Una batalla de masculinidades, sin tocarse físicamente están desafiándose constantemente. Echando pulsos
que cada vez incluyen una mayor dosis de crueldad. El primero de estos pulsos
será conseguir que el recién llegado se emborrache y, a partir de ese momento,
cuando el hombre joven caiga en la bebida será el hombre viejo el que domine la
situación.
El hombre viejo está obsesionado por la luz del faro e
impide, sistemáticamente, que el hombre joven acceda a la linterna. Parece que,
incluso, la luz tiene una forma corpórea, seductora y atrayente, que obsesiona
a ambos y que oculta algún tipo de maldad. La película tiene también su lectura
simbólica. El viejo domina y es dominado por la luz e impide que el joven
acceda a la luz del conocimiento y de la vida; el viejo es el dios Proteo custodio de
la luz y el joven es Prometeo quien roba la luz a los dioses para dársela a los
seres humanos. Quizá sea una interpretación demasiado simplista, pero la
película se presta a ella.
El hombre viejo, Thomas Wake, está interpretado por Willem
Dafoe; y el hombre joven, Ephraim Winslow, por Robert Pattinson. Ambos se dejan
la piel interpretando a dos seres invadidos por la locura, y cuya deriva
emocional, tiene su correlato en la eterna tormenta que azota el islote y en la
lucha por la luz. También queda espacio para las leyendas del mar. Una historia
desarrollada en un islote que alberga un faro no podía prescindir de las
sirenas y sus correspondientes maldiciones.
Formalmente, hay tres aspectos que destacan en esta
película. La excelente fotografía en blanco y negro es obra de Jarin Blaschke.
Ha utilizado lentes antiguas (de 1912 y también de los años 1930) y también, una
iluminación obtenida a través de velas, consigue producir una sensación de constante
terror.
El segundo aspecto es el formato de la imagen, casi
cuadrado, que potencia la sensación de soledad y peligro; colocando la cámara para
que facilite un punto de vista bajo que alarga las figuras y que, en el plano medio
y en el primer plano consigue una sensación de asfixia en los personajes. El
tercer aspecto es el sonido y la banda sonora. Chirriante, agónico y
omnipresente durante toda la narración. Mezcla de tormenta y calma más
amenazante que la propia tormenta. Muy recomendable.
Dirección: Robert Eggers
Guion: Robert Eggers y Max Eggers
Música: Mark Korven
Fotografía: Jarin Blaschke
Intérpretes: Willem Dafoe, Robert Pattison.
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