Zygmunt Bauman en su libro Modernidad y Holocausto consideraba al holocausto no como una locura de unos pocos, sino como un producto
normal de la sociedad moderna occidental. Ya comenté en otro post de este blog
lo horripilante que me parecía esta afirmación, pero al mismo tiempo muy
adecuada, Modernidad y Holocausto.
Los avances tecnológicos durante los dos últimos siglos han
facilitado la guerra a distancia. Presionar un botón para matar a otros, durante
la II Guerra Mundial, podía liberar al ejecutor de sus íntimos remordimientos. No es eso lo que
se afirma en esta película. A pesar de exhibir todo un alarde de tecnología ultramoderna
aplicada en una guerra asimétrica y además peleada a distancia, queda todavía espacio para las dudas morales
de quienes deciden bombardear y de quienes, en última instancia, pulsan el
botón.
Así podemos observar el proceso de toma de decisiones en el caso de un bombardeo con víctimas colaterales civiles y la
realización efectiva de esa decisión tomada. Y en ese proceso tendremos la
oportunidad de ver no sólo la jerarquización de la toma de decisiones, sino también el enfrentamiento entre los distintos niveles. Por un lado, la confrontación entre
políticos y militares; por otro, los estilos diferentes entre británicos y
estadounidenses; y por último, la guerra tradicional que requiere la infiltración de agentes en el campo
del enemigo frente a la guerra tecnológica a distancia.
Todo ello se mezcla en este thriller muy eficazmente y con
la entrega absoluta de sus actores principales, Helen Mirren y Alan Rickman
entre los más conocidos, pero todo el reparto cumple muy bien su cometido. Especialmente porque consiguen transmitir las sensaciones de peligro,
inseguridad, impotencia y duda, simplemente sentados frente a una pantalla de
ordenador.
Después de hacer un seguimiento durante años, los británicos
tienen la oportunidad de detener a una peligrosa terrorista británica,
convertida en esposa de un líder de al-Shabab en Kenia. Pero durante la última
vigilancia, descubren que, en esa misma casa, varios terroristas suicidas se están preparando para realizar un atentado. Descartando la posibilidad de
detener a la terrorista, deben de enfrentarse a tomar la decisión de bombardear
la casa y con ello ocasionar daños colaterales, muerte, mutilación y heridas, en civiles
indefensos. La personificación de estos civiles indefensos será una niña que se
sienta a vender pan en la misma esquina donde se está preparando el atentado. Ver
el rostro de esa niña, ponerle cara a las víctimas, paraliza el final de una operación
largamente planeada durante un tiempo precioso.
Así, veremos reunidos a todos los intervinientes británicos. Militares, parlamentarios, juristas y miembros del gobierno expresarán sus dudas y temores. Ante los argumentos sobre el claro mal menor de los militares, políticos tratan de eludir su responsabilidad en la decisión. El ministro de defensa quiere pasarle la decisión al ministro de asuntos exteriores. Pero éste, ha comido unas gambas en mal estado y tiene una diarrea terrible. No se siente capaz de decidir porque además hay ciudadanos estadounidenses entre los terroristas. Así que decide consultar obligatoriamente con el secretario de estado de EEUU.
Y el secretario de estado, que no tiene tantos remilgos como los europeos, está encantado de que maten a un
traidor a la patria y además no quiere que le molesten mientras está jugando al
tenis de mesa con una representación de chinos que, al fin y al cabo, tienen el
dinero que EEUU necesita. Llega un momento en que el espectador puede pensar que la guerra es
bastante parecida a lo que Gila, gran humorista, decía con su teléfono: “¿Está
el enemigo? Que se ponga”.
Tampoco la representante del Parlamento británico queda en muy buen lugar. A pesar de
que el jurista mantiene que jurídicamente ese bombardeo no sería reprochable, la
parlamentaria no se atreve a refrendar esa decisión aduciendo que la opinión
pública no perdonaría la existencia de víctimas inocentes; aunque en un nivel
más profundo, todos entendemos que su preocupación no está con las víctimas sino con la posibilidad de perder las próximas
elecciones.
A pesar de todos estos impedimentos, una vez tomada la
decisión de bombardear, corresponde dar voz a quienes deben ejecutarla porque serán los que
carguen en su conciencia con la muerte de los inocentes. Esta vez es más fácil,
puesto que los militares están sujetos a la cadena de mando, pero aún con todo,
pueden expresar sus objeciones antes de acatar la orden de bombardear y pedir
una evaluación de riesgo, simplemente para ganar un poco de tiempo e intentar
que la niña desaparezca de la diana. Para esto contarán con la ayuda de los agentes
de campo africanos. La intervención de estos últimos nos hace ver que, a pesar
de toda la tecnología, el elemento humano básico y su capacidad de improvisación son imprescindibles.
Lo que no me ha gustado de la película es que toma
partido, claramente, a favor de los militares y muestra a los políticos como
cobardes, que quieren sacudirse la responsabilidad de decidir. En
este sentido, la película es demasiado maniquea. Tampoco incluye una reflexión
sobre los terroristas a los cuales no se les concede voz y vemos siempre a
distancia. Todo esto, sin embargo, no resta ninguna efectividad para que la película funcione
como un gran thriller.
Director: Gavin Hood
Guion: Guy Hibbert
Música: Paul Hepker, Mark Kilian
Fotografía: Haris Zambarloukos
Intérpretes: Helen Mirren, Alan Rickman, Aaron Paul, Barkhad Abdi, Iain Glen, Phoebe Fox.
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