La calle 42 se
filmó en el año 1933 en apenas 28 días. En aquel momento el cine se utilizó
como terapia para superar la Gran
Depresión de 1929. América dejó de ser vista como la tierra prometida,
surtida de riquezas innumerables y a disposición de quien fuera capaz e
inteligente para conseguirlas y, a partir de entonces, empezó a ser un país que
abusaba de sus ciudadanos más desprotegidos y que repetía los errores y
desigualdades de los países europeos que había pretendido superar.
Así que este tipo de películas trataban de recuperar la alegría de ser americano. Ésta, sin
duda, lo consiguió. Incluso fue nominada al Óscar a la mejor película y mejor
sonido. Hay que tener en cuenta que hacía poco tiempo que se había impuesto el
cine sonoro y pasar los musicales de Broadway al cine era toda una novedad.
No sé si se podría decir que esto es teatro filmado o cine
teatralizado pero la fórmula duró bastantes años, hasta que el cine musical
resurgió en los años 1950 aprovechando las innovaciones en la filmación y el
sonido. A pesar de todo esto La calle 42 se
consagró como un clásico y teniendo en cuenta que ya ha cumplido 84 años hay
que mirarla con la ternura que se dedicaría a una anciana.
Resulta una película pícara e inocente al mismo tiempo,
estática y de ritmo vertiginoso. Todo un contrasentido, como la vida. Y eso es
porque convergen dos tendencias a la hora de hacer musical: el musical clásico
teatral y el musical cinematográfico. Esta película es la transición entre
ambas maneras de entender el espectáculo. Las escenas entre los actores son
netamente teatrales sin que apenas haya movimiento de cámara, sin embargo en
las escenas musicales la cosa cambia y es por la influencia de Busby Berkeley.
Esto es lo que más destaca de este musical, las
coreografías. Delante de la cámara se desarrollan elaboradas formas
geométricas, caleidoscopios filmados con cámara cenital y con arriesgados
movimientos de cámara no vistos hasta entonces, coreografías realizados por un ejército de bailarinas perfectamente
coordinadas y diseñadas por Busby Berkeley que, posteriormente, se encargaría
de algunas de las coreografías de la nadadora/bailarina Esther Williams y que
también fue director de cine.
Por lo demás, el argumento de la película es muy simple. Un
director de teatro recibe como encargo preparar una comedia musical, Pretty lady, para la amante del ricachón
que financiará el proyecto y que sólo está interesado en ver las piernas de
jovencitas. La amante es una cantante y bailarina consagrada que además tiene
otro amante que también trabajará en la obra. Las aspirantes a coristas son
jóvenes rubias de piernas bien torneadas y mucho sentido del humor; pero, entre
ellas, destaca por su inocencia y su pelo moreno Peggy “la novata”.
Entre los ensayos, los
números musicales y el estreno se desarrollan las tramas: los enredos, los
engaños, los amoríos y el humor. Porque un musical romántico no puede hacerse
sin grandes dosis de humor (esto debería haberlo sabido el director de La la land). Y esto es lo que provoca
esta película ternura, risas y un número musical que pone la guinda y el final
feliz. Donde los barriobajeros pueden
encontrase con la elite, en la calle 42. Todos contentos.
Dirección: Lloyd Bacon
Guion: Ryan James, James Seymour (Novela: Bradford Ropes)
Música: Harry Warren
Fotografía: Sol Polito
Intérpretes: Ruby Keeler, Ginger Rogers, Dick Powell, Warner Baxter
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