lunes, 18 de diciembre de 2017

Centro Pompidou. París, Agosto 2017

El Centro Pompidou fue el último museo que visité este verano en París. Se le llama también Beaubourg y fue inaugurado en 1977, pero ya desde 1997 a 1999 tuvo que ser rehabilitado y se reinauguró en el año 2000. Con su construcción se trató de rehabilitar una zona muy deteriorada de París, les halles, destinada a los antiguos mercados de abastos de la ciudad. En su momento, fue un diseño muy polémico de Renzo Piano y Richard Rogers en estilo industrialista y que parece que todavía no ha terminado de encajar.


Los arquitectos querían evitar un problema planteado en todos los edificios tradicionales: el espacio excesivamente grande que debía utilizarse para instalaciones, conducciones, escaleras y otras zonas comunes, al final, acababa restando sitio para la exhibición de las obras. Su solución fue sacar todas esas conducciones a la parte exterior del edificio y así, en lugar de plantear una fachada estéticamente atractiva, se ganaba todo el espacio interior para exhibir las obras de arte que, al fin y al cabo, es la función primordial de todo museo.


Las salas diáfanas se interconectan sin necesidad de pasillos y son muy luminosas pero a mí me resultan espacios excesivamente fríos y la pintura blanca de las paredes no ayuda a crear una sensación confortable. La plaza a la entrada del Centro también forma parte del Museo y es escenario para conciertos, representaciones teatrales y performances o simplemente para que los parisinos se tumben y descansen al sol.


Este museo de arte moderno y contemporáneo tiene unas 100.000 obras; es decir que su colección es de las más completas del mundo y también tiene una biblioteca y un centro de investigación musical. Se inició con la colección del Museo de Luxemburgo creado en 1808 y dedicada a los artistas franceses vivos y con las del Jeu de Paume, dedicadas a autores extranjeros.


Pertenecen a la colección moderna las obras realizadas entre 1905 y 1960 y a la contemporánea las de 1960 a 1990. A partir de 1990 se consideran Creación contemporánea y Prospectiva. Me dediqué a ver, principalmente, pinturas de la colección moderna. Me dejé para otro viaje la colección de fotografías, diseño, artes gráficas, etc, y sobre todo la colección de cine, entre la que destaca las primeras películas de Buñuel.


A pesar de que, apenas tengo conocimientos sobre arte moderno, y muchos menos contemporáneo, hay algunas obras que me atraen muchísimo. Cuesta entenderlas, evidentemente, pero eso es porque no conocemos el código de expresión que el autor utilizó. Sin embargo, cuanto más me acerco al arte moderno más me gusta. Ahí van las obras que más me gustaron.

El guitarrista. Picasso, 1910
En el cubismo analítico, Picasso buscaba simplificar las formas y acentuar los volúmenes. Desplegar la escena en múltiples figuras poligonales. En esta obra, aunque la forma queda descompuesta la silueta sigue estando presente. Los colores ocres y grises contribuyen a potenciar la melancolía de la imagen y podemos imaginar a un músico callejero y bohemio, enfrentado a la soledad de la gran ciudad. 

Prismas eléctricos. Sonia Delaunay, 1914
Sonia Delaunay y su marido son los representantes más conocidos del cubismo órfico, tendencia artística bautizada así por Guillaume Apollinaire. Dentro del arte abstracto, es una tendencia mucho más colorista, aunque lo que más la define es su dinamismo, su poética e, incluso, la sincronía entre colores y música. Sonia Delaunay provenía del fauvismo y estuvo influenciada también por el expresionismo alemán. Su primera obra abstracta fue una colcha de patchwork realizada para la cuna de su hijo recién nacido. 

Fontaine. Marcel Duchamp, 1917
También vi la célebre Fontaine de Marcel Duchamp. No puede decirse que sea una obra estéticamente atrayente pero el arte no siempre ha tenido como única función el goce estético. Han sido importantes también su capacidad narrativa (sólo hay que pensar en las biblias de piedra, las catedrales góticas) y su capacidad de hacer reflexionar al espectador. Duchamp estuvo desde muy joven relacionado con los pintores cubistas, aunque estos rechazaron ya su Desnudo bajando una escalera que se acercaba más a la corriente futurista. A partir de 1914, reelabora objetos cotidianos comprados y los presenta como esculturas; este procedimiento se llamó ready-made. De esta manera, es el propio artista quien decide lo que debe convertirse en una obra de arte, iniciándose así el arte conceptual. Esta arrogancia del artista y la ironía de elegir objetos poco habituales y/o hermosos no tiene otra finalidad que la provocación y poner de manifiesto que nuestra percepción del arte está condicionada por nuestra cultura y especialmente, por nuestra clase social. 

Arlequín. Picasso, 1923
El trauma producido por la I Guerra Mundial hace que ciertos artistas reinventen el arte figurativo. Uno de ellos fue Picasso. Recuperó las figuras de arlequines, que tan recurrente habían sido en su pintura. Este arlequín resultaba muy moderno, pensativo e inacabado pero, al mismo tiempo, manifestaba claras referencias de la pintura de Ingres. Contrasta la precisión de la línea de dibujo, próxima a la técnica del grabado, con la ausencia de color en la mayor parte de la figura y con un fondo grisáceo, descontextualizado de un tiempo y un espacio, como si el artista y el arlequín hubiesen detenido la pintura al saber que, sin duda, una nueva guerra comenzaría.

El burdel de los espejos en Bruselas. Otto Dix, 1920
Otto Dix fue un observador claro de la realidad y trató de plasmarla en su crudeza aunque la realidad no quedase bien parada. Perteneció a distintos movimientos de las vanguardias de entreguerras. El burdel de los espejos en Bruselas 1920 puede ser catalogada como una obra cubista. Claramente se distingue a la pareja protagonista, un militar y una prostituta, pero no sólo en el centro del cuadro sino también en sus reflejos en los distintos espejos. Caricaturizados y distorsionados forman una pareja más que grotesca pero el pintor no arremete contra ellos, sólo trata de mostrar una verdad aunque sea desagradable.

Composición Rojo, Azul y Blanco, II. Mondrian, 1937
Mondrian, sin embargo, eligió ver y plasmar todo lo contrario. La serenidad, el equilibrio y la paz de la geometría. Abandonó el cubismo por la abstracción más radical, aquella basada en la rotundidad de la línea negra y en la pureza del color, aunque casi estuviera ausente. Así la línea compartimenta el espacio que a veces es rellenado por rectángulos de colores puros en perfecto equilibrio con la blancura. Un equilibrio que excluye la simetría y potencia el ritmo de la obra. Era un pintor muy espiritual, conectado con la filosofía naturalista y el deseo de encontrar un conocimiento profundo de la estructura de la naturaleza y del universo.

Plata sobre negro, blanco, amarillo y rojo. Pollock, 1948
Diez años después, Jackson Pollock pintaba Plata sobre negro, blanco, amarillo y rojo 1948, dando rienda suelta a su necesidad de vomitar. Utilizando la técnica de dripping, goteo, era capaz de circular rápidamente sobre la tela extendida en el suelo. Se unen así la rapidez, con la violencia del gesto y también el azar. Es una pintura profundamente emocional y poco calculada que evita cualquier tipo de representación y queda profundamente marcada por el vértigo y la angustia. Pollock se inspiró en la pintura tradicional de arena de los indios Navajo y prefirió siempre trabajar con el lienzo en el suelo, para poder dominar sus cuatro lados y estar literalmente incluido en su pintura. También podía añadir arena o vidrio para potenciar la materia pictórica.

La tristeza del rey. Matisse, 1952
Henri Matisse sufrió mucho por la violencia que se mostró durante la II Guerra Mundial; además había sido operado y debía trabajar acostado con lo cual pintar, de manera tradicional, le resultaba muy difícil. Así empezó a utilizar una nueva técnica parecida al collage. Pintaba grandes hojas de papel con gouache y recortaba de ellas las figuras que necesitaba para crear su composición. En La tristeza del rey 1952, a través de la música, la danza y los vivos colores, evoca la memoria y fragilidad de los placeres y de la vida. Paradójicamente la composición resulta una explosión de vida y color. Este es un efecto buscado a propósito por el autor que pensaba que ya había suficiente tristeza y dolor en el mundo.

Antropometría de la época azul (ANT 82). Yves Klein, 1960
La obra de Yves Klein, pintor neodadaísta, me sirvió para reflexionar sobre el sitio de la mujer en el arte. Hasta hace pocos años, cumplía una función meramente decorativa y pasiva. Los artistas han preferido, casi siempre, utilizar a las mujeres, en realidad, utilizar su cuerpo desnudo como símbolo de cualquier cosa. Por supuesto, con títulos grandilocuentes: la libertad guiando al pueblo, la paz, el amor, la vida, el progreso de la industria, etc. etc. Todo excusas para magrear visualmente el cuerpo de las mujeres. Pero Yves Klein todavía llevó este abuso, yo lo llamaría así, más lejos. Él utilizaba el mismo cuerpo de las mujeres como si fuera un pincel. Por supuesto, cuerpo de mujeres jóvenes y atractivas aunque eso no se distinguiera en la pintura final. Untaba a las modelos con azul Klein y les decía cómo tenían que arrastrarse por el lienzo colocado en el suelo. No contento con eso, tenía el cinismo de llamar a sus cuadros ANTROPOmetrías. Nunca ha sido más claro que, para la mayoría de los hombres y de los artistas, la mujer no es más que un objeto. Mujer-pincel.

La novia y detalles. Niki de Saint-Phalle, 1963


Pero prefiero quedarme con la obra de Niki de Saint-Phalle. Ya hablé de ella en el post sobre los Cementerios de París. No quiso nunca reflejar los cánones de belleza burgueses. Fue una autodidacta y una auténtica rebelde. Tenía que digerir todos los introyectos que su educación burguesa le había inculcado. Para la psicología Gestalt los introyectos son ideas, creencias y valores que los individuos engullen en la infancia sin haberlos masticado, sin cuestionarlos y es esa falta de digestión la que hace que nos sigan torturando. Para luchar contra esto, a Niki de Saint-Phalle no se le ocurrió mejor manera que expresarse artísticamente.


Hizo bastantes versiones de las esculturas de las Novias. Las consideraba bellas pero también dolorosas y sobre todo una manifestación de la condición esclava de las mujeres. Creaba estas esculturas con fragmentos de juguetes y otros objetos encolados y unidos a estructuras de alambre, después pintadas, a la que podía dar forma. Añadía también velos y otros complementos. Esta concretamente me resulta desagradable. El color blanco del vestido llega a tener matices grises y más parece el cadáver de una novia. Niki de Saint-Phalle es considerada la primera artista feminista. 

Fuente de los autómatas. Niki de Saint-Phalle y Jean Tinguely, 1983.
De ella es también la Fuente de los Autómatas o Fuente Stravinsky en el mismo Centro Pompidou. Ahora los autómatas no se mueven porque, aparentemente, su mantenimiento es muy costoso. No me parece una buena razón para alterar de esa manera la obra de la escultora.

Notre-Dame desde el Centro Pompidou
Quedan muchas más salas por descubrir, Centro Pompidou









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