Yo sí me lo creí, aunque por poco tiempo. Empecé a ver el falso documental cuando ya había empezado, creo que iría más o menos por la mitad y antes de caer en la cuenta casi lloro. En pocos minutos, pasé por todas las fases: dolor, rabia, tristeza, incredulidad y de repente me dije: ¡Esto no puede ser! ¿Qué está pasando?
Mi reacción inmediata fue acudir a Twitter (no sé si para bien o para mal a mí ya me resulta imprescindible) y entonces empecé a enterarme de lo que estaba pasando. No me tranquilicé mucho porque a partir de entonces mi rabia se concentró en Jordi Évole y en todo su equipo, en La Sexta y en la madre que la parió. Y no entendí cómo se les podía haber ocurrido aquello: ridiculizar el 23F y tomarnos el pelo. Algo que había hecho sufrir a tanta gente en tan poco tiempo, que tuvo al país con el corazón en vilo durante 24 horas. Aquello que, si hubiese triunfado, hubiera supuesto otra vez la vuelta a las cavernas. Para mí era inexplicable. “Entiendo que Jordi Évole se ría de los conspiranoicos, pero no sé si me hace mucha gracia”. Algo así escribí en Twitter.
Después un poco de Facebook. Allí me di cuenta que la gente más joven, se lo había pasado bien con este falso documental que a mí, al principio, me había causado terror. Pero es que es verdad: una vez pasado el susto y sabiendo seguro que aquello era una (delirante) ficción, te das cuenta del guion de traca que escribieron. Tanques dando la vuelta a la manzana para simular que eran muchos más; un tapiz tejido especialmente para que hiciese de fondo en el discurso del rey y que representaba a los leones del Congreso de los Diputados; Garci dirigiendo la película; diputados ensayando cómo tirarse al suelo.
Después tienen que venir las reflexiones serias. Para mí el tema del 23F todavía es material muy sensible; pero me han convencido las explicaciones que Évole ha dado. Así que yo saco dos conclusiones muy claras: la primera, somos crédulos por naturaleza (y eso está bien, pero hay que ponerle límites) y la segunda es que se curraron mucho la ficción y no hay que quitarles mérito.
En primer lugar, la televisión debe tratar a la audiencia como los adultos que deberíamos ser. Que no nos pongan tantos paños calientes, que no traten de edulcorar las situaciones, que nos hablen con crudeza y que no nos quieran mantener en un estado de infantilismo, desinformación y desorientación, porque todo eso nos lleva a la dependencia. Y segundo, me parece muy bien que, a partir de ahora, dudemos de todos y de todo; tengamos que cuestionar y contrastar todo lo que aparece por la tele (aunque lo diga Gabilondo) y que hasta ahora nos creíamos sin rechistar ¡A ver cuánto nos dura!
Por último y creo que lo más importante. Hay que criticar abiertamente que todavía no se pueda consultar documentación sobre este hecho fundamental, que, para buena parte de la población que no lo vivió siendo adulta, es sólo un hecho histórico. Desclasificar documentos serviría para evitar teorías conspiratorias que no sé si tienen mucho fundamento o no, pero que dejan todo en la duda.
Experimentar y arriesgar es parte de la condición humana y debe trasladarse a todos los ámbitos de la vida. La televisión lleva mucho tiempo siendo un muermazo infumable. Esta encorsetada, amordazada, domesticada y condenada hasta la saciedad a la repetición de contenidos una y otra, y otra, y otra vez repetidos.
En defensa del espectador crédulo, prefiero pensar que no es tan fácil que nos engañen, es que el falso documental estaba muy bien hecho; especialmente, el dramatismo de la voz en off del narrador, creo que es Pedro Tena. ¡Enhorabuena Évole y compañía!
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