viernes, 27 de octubre de 2017

Cine: La cordillera de Santiago Mitre (2017)

En cuanto terminó la película y empezaron a salir los títulos de crédito, no se me ocurrió otra cosa que preguntar ¿cómo? Así de colgados nos deja el director a los espectadores. Con un punto de interrogación que se asoma de manera insolente en la frente de cada uno de nosotros. 

Esta película inmediatamente me recordó a Luz que agoniza de George Cukor aunque, al final de ésta última, las cosas quedaban mucho más claras. En La cordillera todo queda como suposición, como posible. Y el si el político…, y si la hija… Ninguna solución propuesta es concluyente.

Toda la película gira en torno al personaje interpretado por Ricardo Darín. Es Hernán Blanco, el Presidente de la República Argentina, que está en una cumbre geoestratégica sobre petróleo de altos mandatarios latinoamericanos, cuando recibe la noticia de que su hija ha tenido una crisis, otra más, nerviosa. Todo, en la película, gira alrededor de Hernán Blanco, un hombre corriente que ha llegado a la cumbre de su vida y su carrera política; un hombre desconocido para la mayoría pero que consiguió ganarse la confianza de los ciudadanos por su aparente mediocridad. Hasta el nombre parece una broma. Hernán Blanco, blanco como un mirlo blanco, como la mente en blanco, como una hoja en blanco donde escribir su propia biografía.


Cuando digo que todo gira alrededor de Hernán Blanco, quiero decir que, conocemos su vida y su carácter por lo que el resto de personajes, principalmente su hija, hace. Respecto a Hernán Blanco no hay palabras, ni gestos, ni miradas que le delaten. Hay dos escenarios principales donde Hernán plantea su juego: la cumbre y la relación con su hija.


En la cumbre de mandatarios latinoamericanos se mueve con cortesía y excesiva prudencia. Simula ser (o no) el pardillo, el hombre corriente al que su cargo le viene demasiado grande. Parece estar a la sombra de los otros y actuar a rebufo de ellos, siguiendo el camino que le marquen. Sin embargo, también da muestras de tener iniciativa, visión de futuro y capacidad para tomar decisiones pragmáticas o egoístas.


En la relación con su hija se muestra cariñoso, atento, preocupado por su bienestar. Aunque ya no es una niña necesita ese tipo de cuidados. Su salud mental siempre ha sido frágil. No sabemos por qué. Quizá una juventud alocada y excesivamente condicionada por el alcohol y las drogas o quizá un matrimonio traumático y un divorcio todavía más doloroso. O quizá su deriva mental comenzó mucho antes. Esa parece ser la conclusión de un prestigioso y discreto psiquiatra que la atiende urgentemente durante la cumbre. Sin embargo, Hernán Blanco suspende sin dar ninguna explicación, abruptamente, este tratamiento de hipnosis propuesto por el psiquiatra.


Al final no sabemos quién esconde qué, si la hija o el padre, pero sí que llegamos a intuir por la manera como Hernán Blanco se conduce durante la cumbre, que no es el hombre tan sencillo ni tan falto de personalidad como aparenta ser y que es capaz de hacer lo que sea para conseguir lo quiere, o no.



La interpretación de Ricardo Darín es sobria y contundente, creíble e inquietante, permitiendo vislumbrar la oscuridad del personaje. Pero también me ha llamado la atención Erica Rivas que interpreta a la asistente personal de Hernán Blanco y que está siempre atenta a todo lo que necesite, resolviendo entuertos, cuadrando agendas y cuidando la imagen del presidente. 


Dirección y guion: Santiago Mitre
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Javier Juliá
Intérpretes: Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Érica Rivas, Gerardo Romano, Elena Anaya.

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