En cuanto terminó la película y empezaron a salir los
títulos de crédito, no se me ocurrió otra cosa que preguntar ¿cómo? Así de colgados nos deja el
director a los espectadores. Con un punto de interrogación que se asoma de
manera insolente en la frente de cada uno de nosotros.
Esta película inmediatamente me recordó a Luz que agoniza de George Cukor aunque,
al final de ésta última, las cosas quedaban mucho más claras. En La cordillera todo queda como
suposición, como posible. Y el si el político…, y si la hija… Ninguna solución
propuesta es concluyente.
Toda la película gira en torno al personaje interpretado por
Ricardo Darín. Es Hernán Blanco, el Presidente de la República Argentina, que está
en una cumbre geoestratégica sobre petróleo de altos mandatarios
latinoamericanos, cuando recibe la noticia de que su hija ha tenido una crisis,
otra más, nerviosa. Todo, en la película, gira alrededor de Hernán Blanco, un
hombre corriente que ha llegado a la cumbre de su vida y su carrera política;
un hombre desconocido para la mayoría pero que consiguió ganarse la confianza
de los ciudadanos por su aparente mediocridad. Hasta el nombre parece una
broma. Hernán Blanco, blanco como un mirlo blanco, como la mente en blanco,
como una hoja en blanco donde escribir su propia biografía.
Cuando digo que todo gira alrededor de Hernán Blanco, quiero
decir que, conocemos su vida y su carácter por lo que el resto de personajes,
principalmente su hija, hace. Respecto a Hernán Blanco no hay palabras, ni
gestos, ni miradas que le delaten. Hay dos escenarios principales donde Hernán
plantea su juego: la cumbre y la relación con su hija.
En la cumbre de mandatarios latinoamericanos se mueve con
cortesía y excesiva prudencia. Simula ser (o no) el pardillo, el hombre
corriente al que su cargo le viene demasiado grande. Parece estar a la sombra
de los otros y actuar a rebufo de ellos, siguiendo el camino que le marquen.
Sin embargo, también da muestras de tener iniciativa, visión de futuro y
capacidad para tomar decisiones pragmáticas o egoístas.
En la relación con su hija se muestra cariñoso, atento,
preocupado por su bienestar. Aunque ya no es una niña necesita ese tipo de
cuidados. Su salud mental siempre ha sido frágil. No sabemos por qué. Quizá una
juventud alocada y excesivamente condicionada por el alcohol y las drogas o
quizá un matrimonio traumático y un divorcio todavía más doloroso. O quizá su
deriva mental comenzó mucho antes. Esa parece ser la conclusión de un prestigioso
y discreto psiquiatra que la atiende urgentemente durante la cumbre. Sin
embargo, Hernán Blanco suspende sin dar ninguna explicación, abruptamente, este
tratamiento de hipnosis propuesto por el psiquiatra.
Al final no sabemos quién esconde qué, si la hija o el
padre, pero sí que llegamos a intuir por la manera como Hernán Blanco se
conduce durante la cumbre, que no es el hombre tan sencillo ni tan falto de
personalidad como aparenta ser y que es capaz de hacer lo que sea para
conseguir lo quiere, o no.
La interpretación de Ricardo Darín es sobria y contundente,
creíble e inquietante, permitiendo vislumbrar la oscuridad del personaje. Pero también
me ha llamado la atención Erica Rivas que interpreta a la asistente personal de
Hernán Blanco y que está siempre atenta a todo lo que necesite, resolviendo
entuertos, cuadrando agendas y cuidando la imagen del presidente.
Dirección y guion: Santiago Mitre
Música: Alberto Iglesias
Fotografía: Javier Juliá
Intérpretes: Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Érica Rivas, Gerardo Romano, Elena Anaya.
Intérpretes: Ricardo Darín, Dolores Fonzi, Érica Rivas, Gerardo Romano, Elena Anaya.
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