viernes, 6 de octubre de 2017

Cine: Encadenados de Alfred Hitchcock (1946)

Encadenados creo que es la única película en la que se puede odiar y amar, a partes iguales, a Cary Grant y a sus perturbadores ojos negros. Grant se aleja de sus papeles de galán de comedia y entra dentro de la dimensión de galán oscuro y lo hace de manera elegante e impecable. Le odias por su actitud abusiva hacia Ingrid Bergman, su autosuficiencia y su autodominio. No pierde nunca los nervios, es un espía que debe cumplir una misión y no puede dejarse llevar por sus sentimientos. Insulta, agrede y tortura psicológicamente hasta que ya no puede más y entonces empiezas a adorarle porque sufre mucho y no puede decírselo a nadie. Ni siquiera a Ingrid. 


Hay dos escenas que destacan en esta película. La primera es la de la resaca, donde Hitchcock soluciona magistralmente la sensación de vértigo, vómito y fin-del-mundo que uno o una tiene después de una cogorza monumental como la de Ingrid Bergman (que dicho sea de paso ni siquiera en esas condiciones pierde la elegancia). La otra es la del famoso beso: más de dos minutos de conversación intrascendente mientras los protagonistas están enlazados (encadenados) dándose besitos castos, evitándose, frotando sus narices y sus mejillas, girando sobre sí mismos, haciendo equilibrios para llamar por teléfono mientras siguen con su danza preliminar de casto apareamiento. Hitchcock hizo todo ello para reírse de los censores que habían prohibido besos de más de 3 segundos.


Es de las mejores películas de Hitchcock aunque el personaje de Claude Rains quede oscurecido por los otros dos vértices del triángulo y especialmente por la imagen de una madre castradora y omnipotente. Personaje interpretado por Leopoldine Konstantin, que ofrece una presencia tan avasalladora que en su primera secuencia está a punto de salirse de la pantalla.


El argumento es sencillo. En medio de una historia de espías después de la II Guerra Mundial, Hitchcock incrusta una historia de amor doloroso y profundo, aunque con final feliz.


Ingrid Bergman es Alicia Huberman, una joven casquivana y borrachina como consecuencia de un trauma. Vive un tormento, que ahoga en alcohol y fiestas, entre el amor que sentía por su padre y el desprecio que le produce que sea un puto nazi. Ella se ha criado con lealtad hacia otros principios. Es una joven americana que sabe apreciar los valores de la democracia y la libertad. Una patriota, hija de un nazi condenado en Estados Unidos y que se ha suicidado en la cárcel.


Cary Grant es Devlin, el agente que tiene que convencerla para que se infiltre en una célula de nazis y colabore para desenmascararlos. Así limpiará su nombre, podrá dejar el alcohol y además tendrá como premio el amor de Devlin. Todos nos preguntamos si la estrategia de enamorarla es eso, una estrategia, o si de verdad el amor de Devlin es puro. Al final se verá.


El tercero en discordia es Alexander Sebastian (Claude Reins). Un nazi, enamorado de ella desde hace años, dominado por su madre y que también nos produce sentimientos contradictorios. No cabe duda de que le odiamos por ser un nazi, pero al mismo tiempo nos da pena porque tiene que competir con Cary Grant y está claro que pierde y perderá siempre. Uno de los secretos del triunfo es saber elegir a tu enemigo y está visto que Claude no supo hacerlo.


Al final, los dos amantes bajarán juntos la escalinata que les conduce a la libertad. Y los nazis ajustarán cuentas entre ellos mismos antes de que los buenos les cojan. Pero, ¿qué habrá pasado con la madre de todos los nazis? 



Dirección: Alfred Hitchcock
Guion: Ben Hecht
Música: Roy Webb
Fotografía: Ted Tetzlaff
Intérpretes: Cary Grant, Ingrid Bergman, Claude Rains, Leopoldine Konstantin.

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