Que Dios nos perdone sirvió
para que Roberto Álamo recogiera un muy merecido Premio Goya 2017, a la mejor
interpretación masculina protagonista, y para demostrar, si a alguien le cabía
alguna duda, que el cine negro español es un género muy solvente y exportable
con características propias.
A mí me gustó especialmente la película porque aporta mucho
material para analizar las relaciones entre tres arquetipos masculinos no tan distintos y la violencia que son capaces de esgrimir; con relaciones humanas desarrolladas en un ambiente de calor
asfixiante, y, al mismo tiempo, decrépito y amarillento. Los protagonistas son
dos policías y el asesino.
La vida de estos tres hombres está dominada por
la violencia, por el deseo de reprimirla o por la rabia por no poder hacerlo. Los
problemas personales de los protagonistas se revelan como el eje vertebrador de
la película y pesan tanto como el calor. Nos queda la duda de si esos problemas
son origen o consecuencia de su rabia.
Así que en un Madrid irrespirable de verano, donde los jefes
de policía están desbordados por la visita del Papa y por su deseo
individualista de brillar personal y profesionalmente, empiezan a aparecer
ancianas asesinadas. La primera hipótesis es que se trata de robos que han
salido mal; el ladrón ha estado a punto de ser descubierto y ha solucionado la
papeleta apresuradamente. Sin embargo, Velarde, el inspector interpretado por
Antonio de la Torre, no está convencido de que sea así. Decididamente levanta
la falda de una de las asesinadas para comprobar que ha sido violada.
Velarde es un hombre oscuro, paciente y observador, con
graves problemas de relación derivados probablemente de una infancia abusada.
Su tartamudeo todavía contribuye más a aislarle del mundo y manifiesta, en
contadas ocasiones pero brutalmente, una violencia fuertemente reprimida. Una
violencia a cuyo origen no quiere enfrentarse. Él mismo probablemente sea un
cobarde y esa cobardía le haga ser dogmático y también un abusador potencial. Vive
solo en un piso lóbrego y rancio.
Su compañero, Javier Alfaro (Roberto Álamo) es más
previsible. Su violencia está más a flor de piel, más disponible para
defenderse frente a cualquier situación que le perturbe. Tiene una familia,
esposa, hijos e incluso un perro. Visceral y noble a partes iguales. Capaz de
morir por un compañero o de matarlo al momento siguiente. Se emborracha y llora
como un niño por su perro muerto. Es contradictorio.
Entre Velarde y Alfaro se produce una simbiosis casi
perfecta. Al final se intercambiarán parte de sus características más
esenciales. Alfaro aprenderá a controlarse un poco y Velarde exteriorizará su
violencia hacia una causa justa.
El asesino tiene un carácter y unas motivaciones menos
sorprendentes que los policías. Responde al perfil de asesino en serie novato y
deseoso de perfeccionarse. Sabe canalizar su rabia fría y calculadamente y la dirige
contra víctimas que no van a poder defenderse. Es el caso típico de buen chico del que nadie sospecharía y se
sirve de esta confianza que genera para acceder a las ancianas que, invariablemente,
le recuerdan a su madre. Podemos imaginar que su madre ejerció una influencia
siniestra sobre él y que, ahora, vieja e inválida, todavía tiene poder para anularle.
El resentimiento es su principal motivación y cuanto más exterioriza ese
resentimiento más ganas tiene de violar y matar. Javier Pereira interpreta al
asesino.
Evidentemente, se produce una explosión de violencia cuanto
estos tres hombres se juntan, aunque no coincidan en el espacio ni en el
tiempo. Es una explosión necesaria para poner las cosas en su sitio, pero eso
no quiere decir que las cosas mejoren.
En resumen, la película es una muestra del sistema de
relaciones sórdidas que un patriarcado, hipertrofiado y llevado al límite,
supone. Hombres que reprimen a duras penas su ira y su violencia, resentidos
contra mujeres manipuladoras que al mismo tiempo han sido víctimas de otros hombres
represores. La madre ausente de Velarde, la esposa infiel de Alfaro y la madre
inválida, omnipresente y dominante del asesino, son los arquetipos femeninos presentados
en la película. Hombres violentos, mujeres muertas. Apenas aparecen las mujeres en los fotogramas de la película. Invisibilidad.
Muy recomendable y a destacar también la intervención de José Luis García Pérez y Luis Zahera.
Director: Rodrigo Sorogoyen
Guion: Isabel Peña, Rodrigo Sorogoyen
Música: Oliver Arson
Fotografía: Alejandro de Pablo
Intérpretes: Antonio de la Torre, Roberto Álamo, Javier Pereira.
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