Cuarta etapa ya del Camino de Santiago por la vía aragonesa.
Esta vez ha sido una etapa cómoda, poco más de seis kilómetros, así que
aprovechamos para hacer una etapa más cultural. Visitamos los dos monasterios
de San Juan de la Peña y varias iglesias en Santa Cruz de la Serós, Binacua y
Santa Cilia, donde terminó la etapa.
Réplica del considerado Santo Grial |
Según la leyenda, en el siglo VIII, los zaragozanos Voto y
Félix perseguían a un ciervo por esos parajes cuando, a punto de despeñarse
invocaron a San Juan que les salvó del peligro. Descubrieron entonces una senda
que les llevó a la tumba de Juan de Atarés, un ermitaño. Sintieron la llamada
de la fe y decidieron retirarse a esa misma cueva-ermita. A ellos les siguieron
otros y ese fue el origen legendario de uno de los monasterios más poderosos de
Aragón.
Detrás de la capilla de San Victorián |
Lo cierto es que con la invasión musulmana la población fue
retirándose a las zonas montañosas más inaccesibles para protegerse a sí mismos
y a su religión. Pero ya en el 920, el conde Galindo Aznárez II de Aragón
conquistó esas tierras y fundó el monasterio (donde había restos de una ermita)
dedicado a los santos Julián y Basilisa. De esta época, subsiste la pequeña
iglesia mozárabe. Tiene dos naves separadas por arcos de herradura y en los
ábsides se conservan pinturas murales sobre el martirio de los Santos Cosme y
Damián, del siglo XII y como se ve en la foto las filtraciones de agua han
“construido” también una estalagmita.
La estalagmita |
Una de las naves de la iglesia mozárabe |
Del siglo XI es la sala del concilio, que también se
utilizaba como dormitorio de los monjes. Y en ella se ve perfectamente cómo se
utilizó la pared de roca para apoyar los arcos. Sancho Ramírez, rey de Aragón,
en 1071 amplió el monasterio y lo dedicó a San Juan, para que fuera el primer
panteón de los reyes de Aragón. El reino de Aragón entonces era muy pequeño y
débil pero Sancho Ramírez había buscado la protección del Papa haciéndose su
vasallo. Como consecuencia de esto el rito romano sustituyó a la antigua
liturgia mozárabe hispana que, en festividades especiales, sigue utilizándose
en algunas iglesias y catedrales españolas, como la Iglesia de Santa Engracia
en Zaragoza.
Sala del concilio |
Siguiendo con el monasterio, la Iglesia y el claustro nuevos
se construyeron encima de las dependencias más antiguas y bajo la misma peña
que, incluso forma el techo de la iglesia. Quedaban así más ventiladas pero
casi igual de húmedas y frías. Se conservan en esta planta alta también, el
Panteón de Nobles en el que se enterró al Conde de Aranda, ministro ilustrado
de Carlos IV; el horno y las antiguas fosas y laudas sepulcrales de los reyes
de Aragón, trasladados después al Panteón Real del siglo XVIII; un pequeño
museo; y sobre todo el claustro románico del siglo XII que es la joya del
monasterio, con las capillas de San Victorián, gótica, y de los santos Voto y
Félix, neoclásica. Destacan especialmente los capiteles del claustro, labrados
con mucho detalle y gran expresividad.
Restos de pintura en la iglesia mozárabe |
Fue un monasterio muy rico pero también tuvo numerosos
pleitos con los obispados de Huesca, Pamplona y Zaragoza. Así que entre
períodos de esplendor y decadencia, en 1675 se produjo un incendio de tres
días, en el que se perdieron varias dependencias del monasterio y también el
archivo real. Se abandonó este monasterio y comenzó la construcción del nuevo,
en la pradera de San Indalecio, ocupado por los monjes desde 1682 hasta 1835.
Capitel de la resurrección de Lázaro |
En esta pradera se reunían todos los pueblos de la zona en
romería para cumplir con el voto de San
Indalecio que consistía en dar una parte de cereal al monasterio para que
el santo asegurase una buena cosecha. Cada uno de ellos tenía su propio árbol en
la pradera donde sentarse a comer y descansar. Hoy quedan pocos árboles pero la
romería se sigue celebrando en la primera quincena de junio.
Fachada de la Iglesia del Monasterio nuevo |
Comparado con el monasterio viejo, el nuevo no tiene tanto
encanto ni tanta magia. Es mucho más grande, organizado más racionalmente y
construido en ladrillo, excepto la fachada de la iglesia en piedra tallada con
variada ornamentación vegetal y tres hornacinas con santos. Hoy también es una
hospedería que parece que no termina de consolidarse y un original Centro de
Interpretación. Bajo el suelo de cristal, que produce cierto vértigo, pueden
observarse las dependencias del monasterio, con muebles y utensilios varios,
“habitadas” por algunos monjes blancos que sorprenden.
Difícil fotografiar con tanto reflejo |
La siguiente iglesia que visitamos fue la de Santa Cruz de
la Serós. A finales del siglo X y a pocos kilómetros de San Juan de la Peña Sancho
Garcés II fundó este monasterio de monjas benedictinas del que sólo queda la
Iglesia. Doña Sancha, hija, hermana y tía de reyes aragoneses a quien se
encomendó su educación, fue una mujer muy influyente que, incluso, fue nombrada
obispo de Pamplona. Ingresó como abadesa poco después de quedarse viuda y esta
fue una de las épocas de mayor esplendor.
Santa María en Santa Cruz de la Serós |
En el siglo XVI las monjas se
trasladaron a Jaca debido a la reforma tridentina que trató de controlar
férreamente a las órdenes religiosas y el monasterio se fue arruinando. La iglesia
tiene una sola nave con un ábside semicircular; en las dos capillas se
conservan un retablo barroco y otro gótico. Este último está dedicado a la
virgen y en La Visitación tanto la Virgen como Santa Isabel muestran claramente
sus embarazos.
Binacua fue la siguiente parada. Un pueblo de escasos
habitantes y muy cercano a Santa Cilia. Con una iglesia parroquial románica muy
pequeña, la Iglesia de los Santos Ángeles Custodios del siglo XII. Parte del
exterior del ábside está decorado con arquillos lombardos. El tímpano sobre la
única entrada tiene un crismón trinitario muy sencillo y dos discos con
animales y arquivoltas con ajedrezado y bolas jaqueses. Lo más curioso de esta
iglesia es este sillar colocado de manera horizontal en el muro norte. Una figura de un hombre, muy esquemática, parece estar alanceando un dragón y eso induce a pensar que sería San Jorge, lleva
un bordón de peregrino con forma de tau. Otro detalle especial es que el dragón
tiene forma de media luna. Románico aragonés. Es precioso.
Para terminar llegamos a Santa Cilia (que ya no se llama de
Jaca) para terminar la etapa. El pueblo está a orillas del río Aragón que
apenas llevaba caudal. El primero que nos recibió allí fue este peregrino que marcaba el camino hacia el
albergue. Se ha rehabilitado como tal la antigua casa parroquial. En la planta alta se ha instalado un pequeño Centro de Interpretación con rincones dedicados al laberinto, al juego de la oca o a los símbolos; todo ello muy relacionado con el Camino de Santiago.
El nombre de Santa Cilia deriva de Santa Cecilia un pequeño monasterio relacionado con el Monasterio de San Juan de la
Peña; todavía se conserva una casa-palacio con el escudo del monasterio. La
iglesia parroquial de San Salvador ha sido restaurada recientemente y lo que
más me gustó fue la talla de la Virgen de la Peña, cuya ermita sigue colgada de
las rocas, en el pico Cuculo.
Iglesia Parroquial y Virgen de la Peña |
Al principio hacía frío, viento y también llovió. Cuando terminamos de caminar el cielo quedó así.
Fue una etapa sencilla en la que casi no pude asimilar toda la información de las diferentes iglesias que nos dieron. Me dan ganas de repetir. Aunque ahora tengo que preparar la quinta etapa, 23 de septiembre: Santa Cilia-Martés.
Seguimos caminando |
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