El Concierto es
una comedia con toques de amargura, donde todavía se puede apreciar el absurdo
de la confrontación entre bloques, entre Occidente y la Unión Soviética y
todavía más que, aunque la Unión Soviética haya desaparecida, subsisten las
consecuencias de un régimen poco respetuoso con el individuo. Tanto Occidente, dominado
por la decadencia y la codicia, como la Unión Soviética (y no menos la actual
Rusia), autoritaria y moralmente miserable, ambos bloques ideológicos igualmente
corruptos y perjudiciales para sus propios disidentes, se muestran en la
película con un humor corrosivo.
No es fácil ver cine francés en Zaragoza, especialmente en
versión original (es mi lucha constante); pero a veces instituciones que no son
comerciales nos ofrecen la oportunidad de disfrutarlo y de envidiar la política
cinematográfica del estado y los sucesivos gobiernos franceses, capaces de
invertir en cultura, en cultura de la que divierte y además hace pensar. Es un
poco de oxígeno ante tanto producto hollywoodiense mediocre pero avalado por
mastodónticas campañas de publicidad.
Filipov, uno de los mejores directores de orquesta de la
Unión Soviética y especialista en Tchaikovsky, comete el error de defender a
sus músicos judíos, no muy bien vistos en los años 1960, en la época de
Brezhnev. Como consecuencia de ello, un joven matrimonio judío de músicos es
deportado a Siberia y Filipov tiene que conformarse a partir de entonces con
seguir trabajando para el Bolshoi, pero como limpiador. No puedo imaginar que
haya mayor crueldad que impedirle a un músico que interprete su música y además
que la vea destrozada, mientras acarrea un cubo y una fregona, por otros
intérpretes mediocres pero más complacientes con el régimen de que se trate.
El enredo comienza cuando, bastantes años después, Filipov
está limpiando el despacho del director y encuentra un fax del Teatro del
Châtelet en París, invitando a la orquesta a dar un concierto en París, junto a
una joven violista que empieza a consagrarse como una virtuosa pero que tiene
miedo de interpretar a Tchaikovsky.
A partir de ese momento, Filipov decide que el tiempo de la
venganza ha llegado y junto con otro amigo también músico represaliado, se
embarca en reclutar a antiguos compañeros que han sobrevivido todos esos años
de las más diversas maneras. Después tendrá que encontrar pasaportes
falsificados para todos y permisos para poder salir del país, dinero, billetes
de avión. Todo lo van consiguiendo poco a poco, de manera clandestina y, a
pesar de que la Unión Soviética ya no existe, con riesgo para su libertad y su
vida.
En el otro lado, el Teatro Châtelet está carcomido por las deudas. Podemos suponer que una mala gestión (o una corrupta gestión) le ha llevado a esa situación. El director se ha visto en el aprieto de contratar con cierta prisa una orquesta que no le cobre demasiado porque si no se arruinaría definitivamente.
Lo primero que hacen la mayoría de integrantes de la orquesta al llegar a París es desaparecer, sin ninguna intención de volver a Rusia. Pero entre ellos, el manager, antiguo comisario de la KGB, sueña con devolver la vitalidad al Partido Comunista Francés y de paso restablecer el comunismo también en Rusia. Añoranzas de otros tiempos. Al final y paradójicamente resulta ser el personaje más romántico, más perdido en este mundo que ya no entiende.
De la película, no me ha gustado la trama sentimental que
subyace a este despropósito de orquesta. Resulta innecesaria, engañosa y no
aporta nada ni al ritmo ni a la profundidad del relato fundamentalmente crítico
con las ideologías que atropellan al individuo, sean de un lado o del otro.
Dirección y Guion: Radu Mihaileanu
Fotografía: Laurent Dailland
Intérpretes: Aleksey Guskov, Mélanie Laurent, Dmitri Nazarov, Valeriy Barinov, Miou-Miou
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