Lo que más sorprende de Juanita Narboni es su capacidad para
amargarse la vida. Es gibraltareña, hija de padre inglés y madre española, pero
parece que haya nacido en la España profunda de la posguerra. Es un personaje
desvalido y aislado gracias a su propio egoísmo y a su miedo a vivir. Sus
insistentes monólogos son un verdadero tormento para quienes la escuchan, si es
que la escucha alguien. Juanita (genial Mariola Fuentes) vive en Tánger y en
esta película, en paralelo, se narra la decadencia de las dos. La ciudad y la
persona. Tánger entra dentro de esa categoría de ciudades mediterráneas míticas,
hasta el punto de que se llega a dudar que haya existido tal y como la
describen. Es como la España de las tres
culturas, que suponemos que coexistieron con tensiones pero con mucha
tolerancia. Sin embargo, esa Tánger cosmopolita, refugio de escritores (como lo
fue también París para la generación
perdida) y ciudad puta, parece una ensoñación de occidentales que vivían
allí porque les resultaba mucho más barato para emborracharse.
Es una adaptación de la novela de Vázquez Molina, escritor
maldito (aunque en 1962 también fue Premio Planeta), que no he leído todavía, y
que muchos críticos consideran como una de las novelas más originales del siglo
XX. Vázquez Molina había nacido en Tánger y asistía a las fiestas y juergas de
los occidentales que vivieron allí como Barbara Hutton, Paul y Jane Bowles y otros
artistas con cierta querencia por la barra del bar.
Juanita antes de la decadencia
A pesar de su estatuto de ciudad internacional o
precisamente por ello, Tánger no se libró de los acontecimientos más
importantes del siglo XX. La Guerra Civil Española dejó allí su huella y
también en las amigas de Juanita, que quedaron atrapadas en la península y de
ellas nunca más se supo; la II Guerra Mundial hizo lo mismo y esta vez Elena (la
hermana guarra y la hermana puta, tal y como ella la llama) abandonó a Juanita para
siempre; después Tánger se incorporó a Marruecos y entonces murió la ciudad
mítica. Los judíos marroquíes emigraron y los occidentales también se fueron. En
ese momento se hace patente que aunque, aparentemente, se viviera esa
coexistencia entre culturas, en realidad no era así. Compartían juergas y vida
fácil; pero en las dificultades cada uno se refugió en sus grupos de origen.
Juanita y su decadencia
En la película esto se ve perfectamente, cuando casi al
final, la criada, que ha compartido toda su vida con Juanita y con su familia, desaparece. Después de 40 años compartiendo
todos los días de su vida, Juanita no sabe dónde vive ni siquiera sabe cuál es
su verdadero nombre, porque ensimismada en su egoísmo y amargura nunca se ha preocupado
de conocer a su criada. Tristes vidas.
Muy buena la interpretación de Mariola Fuentes que consigue
darle vida a esta muerta viviente, pesarosa y amargada.
Directora: Farida Benlyacid
Guion: Gerardo Bellod (adaptación de la novela de Vázquez Molina)
Fotografía: José Luis Alcaine
Intérpretes: Mariola Fuentes, Salima BenMoumen, Lou Douillon y Chete Lere
Nicolás Muller es un fotógrafo de la escuela documentalista
humanista, con influencias del constructivismo soviético y la Bauhaus. De
origen judío, nació en Hungría en 1913, donde empezó a trabajar y de la que tuvo
que exiliarse debido a la expansión del nazismo. Después de pasar por Francia,
Marruecos y Portugal se instaló en España a partir de 1947, obteniendo la
nacionalidad. En la exposición hay una selección de los trabajos realizados en
cada uno de estos países en los que destaca su compromiso con lo humano.
En Hungría fotografió a los campesinos realizando sus
faenas. Sus caras abrasadas por el sol y sus manos agrietadas por el esfuerzo
de trabajar la tierra; ropas andrajosas, comiendo mendrugos de pan y sesteando
en el campo. Todo ese compromiso con la realidad de los campesinos pobres le valió una acusación de antipatriotismo. Empezaron sus años de exilio y en Francia siguió fotografiando esta vez a los niños y a los pescadores de Marsella. Siempre en
blanco y negro y sin intervenir apenas en el positivado.
Después en Marruecos, fotografía la Tánger más
cosmopolita y a sus gentes hasta llegar a España donde, según Chema
Conesa comisario de esta exposición, se dulcifica. Trabaja para revistas de
prestigio como National Geographic y también para Mundo Hispánico. Durante 20
años, de 1950 a 1970, viaja por todo el país fotografiando los pueblos más
escondidos y a los campesinos más olvidados. Publicó 7 libros, con textos de
los principales escritores de la época, sobre distintas zonas de España: España
Clara con Azorín, Cataluña con Dionisio Ridruejo, Andalucía con Fernando
Quiñones, Baleares con Fernando Villalonga, Canarias con Sainz de Robles, País
Vasco con Julio Caro Baroja y Cantabria con Manolo Arce.
Para él la cámara era un notario que tenía que levantar acta
de la realidad y era fundamental preservar la credibilidad de la toma
fotográfica, por esto la única manipulación que se permitía a sí mismo era el
encuadre y una cuidada composición. También tuvo un estudio donde retrató a sus amigos
intelectuales y entre ellos a Camilo José Cela, José Ortega y Gasset en su ataúd,
Azorín o Vicente Aleixandre.
Sergio del Molino es escritor y periodista. Nacido en Madrid
en 1979. La hora violeta obtuvo el
premio El Ojo Crítico 2013 de
narrativa de RNE y el premio Tigre Juan ex
aequo con Daniela Astor y la Caja negra de
Marta Sanz. Otras obras suyas son No habrá
más enemigo y Lo que a nadie le importa.
Mi opinión.-
Sergio del Molino empieza su libro deseando encontrar una
palabra que defina su condición. Cuando no existe una palabra tampoco existe o,
en realidad, tampoco queremos que exista el concepto que está bajo ella. Porque
nombrar algo es darle existencia, es traerlo a la luz, parirlo. Pero en
castellano no existe una palabra para nombrar a los padres o madres que han
perdido a un hijo. ¿Pueden seguir siendo padres de un muerto? Sergio del Molino
cree que sí; sin embargo, a pesar de que su vida continua, se siente atascado en La hora violeta.
Si además el niño es un bebé de 10 meses cuando empieza a
estar enfermo y la mayor parte de sus 24 meses de vida la pasa en un hospital,
acribillado a jeringuillas y pruebas y diagnósticos a cual peor, todavía el
dolor es mayor.
A todo eso se enfrenta el autor en este libro. A la agonía y
muerte de su hijo; al miedo y al dolor de la pérdida; a la mínima esperanza que
sus padres pudieran sentir. Desde una emoción muy contenida, pero sin ahorrar detalles, relata
los días que pasó Pablo (su hijo) desde el diagnóstico de una leucemia rarísima
al final letal. Apenas hay presencia de nadie más. El padre y sus miedos; el
hijo y su muerte.
Después de la muerte de Pablo, el padre sintió deseo de
escribir. No le importaba tanto describir la no-vida de su hijo, sino que quería tener una
excusa para poder apartarse del mundo que quería ayudarle a superar y olvidar su
dolor. Se venía rodeado de buenas intenciones de familiares o amigos que le
presionaban a olvidar; pero él no quería pasar con rapidez por esa situación.
Necesitaba un tiempo para poder asimilar su dolor y parece que el resto del
mundo no se lo permitía. Hasta que decidió escribirlo.
En esa escritura lúcida, el autor no busca desahogo. Es muy
crítico con el consuelo fácil; con pensar que una tragedia te hace mejor
persona; con esconderse detrás de bálsamos. Afronta su realidad de padre sin
hijo o de padre con hijo muerto, porque Pablo no desaparecerá de su vida nunca.
Pero lo hace desde la rabia profunda que no puede estrellarse contra ningún
culpable y que el autor creo que consigue domesticar escribiendo. Escribiendo
con limpieza, con exactitud, con honestidad y con dolor. Volviendo a la vida
porque hay otros que le están esperando. Así termina:
“Este libro está dedicado a mi hijo Daniel,
con el deseo y la esperanza de que tu hermano no se convierta en un fantasma ni
en un cuento de terror. Ojalá toda la fuerza que a Pablo no le bastó para
salvar su vida le inspire a él para vivir la suya con la felicidad, la pasión y
el amor que merece.
Que el ejemplo de Pablo siempre le guíe y
nunca le pierda”.
Aristófanes nació en Atenas, hacia el año 445 a.C. Escribió
alrededor de 50 comedias de las que sólo se conservan 11 y La asamblea de las mujeres es una de las más famosas. Fue escrita
en el año 392 a.C.
Teniendo en cuenta que es una comedia, el autor apuesta por
la ironía en un momento de grave crisis para Atenas. La Guerra del Peloponeso entre Atenas y Esparta había terminado hacía poco
tiempo, suponiendo profundos cambios políticos: la democracia ateniense había sido
derrotada y aunque fue restaurada posteriormente, fueron momentos de gran
convulsión. Una frase suena varias veces como letanía durante la obra: ya que todo se ha
perdido por lo menos “… que nos dejen las ruinas”. En ese contexto, ya que los
hombres lo estaban haciendo tan mal, Aristófanes ofrece la posibilidad revolucionaria
de que las mujeres tomen el gobierno y que propongan soluciones nuevas a
problemas viejos; una de las primeras medidas que toman las mujeres, será colectivizar los bienes,
manteniendo como objetivo prioritario la igualdad y el bien común. El estado será
el encargado de facilitar el bienestar de sus ciudadanos, ya que no es de
justicia que unos vivan en la opulencia y otros en la pobreza. Se compartirían
no sólo los bienes, los cuerpos también. Ironía o utopía, no olvidamos que se trata de una
comedia y así, la colectivización supone que cualquier hombre podrá estar con cualquier mujer siempre y
cuando, haya estado antes con la más vieja y fea.
Pero, y aquí está la trampa, para alcanzar el poder, las
mujeres no pueden presentarse como ellas mismas sino que tienen que disfrazarse
de hombres y al hacerlo incurrirán en los mismos vicios, corruptelas e
imprudencias que ellos. Y aquí es dónde el autor se delata y se burla totalmente
de las mujeres que terminan reproduciendo estereotipos machistas. No iba
desencaminado Aristófanes. Las feministas actuales pensamos que, para luchar y
conseguir la plena igualdad, los hombres no son enemigos de las mujeres y que,
llegado el caso, las mujeres que nos hemos formado con una educación y en un
ambiente claramente patriarcales, haríamos lo mismo que ellos. La existencia de
políticas como Margaret Thatcher o Angela Merkel refrenda esta opinión.
Así pues, el enemigo a desmantelar, para bien de hombres y
mujeres, será el patriarcado o más técnicamente lo que se llama el sistema
sexo-género; el cual asigna rígidamente (cada vez menos) funciones claramente
delimitadas a hombres y mujeres (y además las asignadas a las mujeres
supeditadas a las asignadas a los hombres) por su sexo de nacimiento (y
teniendo en cuenta también otras dimensiones sociales: clase, educación, etnia,
etc), pero sin tomar en consideración la libertad del individuo para elegir su propio camino. El niño tiene que ser azul, agresivo,
dominante y resolutivo; la niña tiene que ser rosa, dócil, sometida y
dependiente.
Respecto al montaje que se ha podido ver en Mérida este año,
tengo que decir que me ha resultado entretenido; aunque al final empieza a ser
excesivamente esperpéntico. La parte final con la charanga no me gustó nada.
Lolita interpreta a Praxágora, la líder de la rebelión de las mujeres. Me
pareció un poco nerviosa pero con la suficiente serenidad para salir de algunos
balbuceos incómodos y tener también momentos brillantes, (“…si
me apoyáis irse”). Y me gustaron mucho también, Pedro Mari Sánchez
(interpretando a Blípero, el marido de Praxágora), María Galiana (muy aplaudida
como Althea, la vulva de Atenas) y sobre todo Concha Delgado que interpreta a
Lavinia.
Algunas referencias a la corrupción (actual), a la economía
(actual) y a la política (actual) hacen la comedia más amena y el público lo
agradece; y ofrece también una cierta reflexión, pero creo que podría haberse
profundizado más por ahí que por la vertiente más histriónica de la
representación. Además, a pesar del número final de chirigota gaditana, nos
quedamos con la visión pesimista de que unos y otras actuamos siempre igual y
de que aunque pasen y pasen los siglos los problemas de fondo ahí se quedan
como anclas que no nos dejan avanzar. Así como si nada tuviera solución.
Y del Teatro de Mérida no se puede decir nada más: una joya,
una maravilla, una suerte y la magia de que haya llegado hasta el siglo XXI y
lo que le queda.
Intérpretes: Lolita, María Galiana, Pastora Vega, Pedro Mari Sánchez, Concha Delgado.
Versión: Bernardo Sánchez
Diseño de iluminación: Juan Gómez Cornejo
Diseño de escenografía: Ana Garay
Diseño de vestuario: Ana Garay y Rafael Garrigós
Diseño de peluquería y maquillaje: Lolita
Música original: Javier Ruibal
Dirección: Juan Echanove
Mathias Gold (Kevin Kline) ha preferido toda su vida que le
llamasen Jim. Después de pasar por tres divorcios y con casi 60 años está
arruinado; pero, tras la muerte de su padre, hereda una casa en el centro de
París, en el Marais. Un buen barrio, cosmopolita y de clase alta, donde vive la
comunidad judía mayor de Europa. El inconveniente es que no podrá ocupar la casa hasta que
fallezca la antigua propietaria que sigue viviendo en ella. La relación con esta inquilina y su hija le
resultará muy incómoda para poder vender la propiedad, pero no sospecha que
todos los problemas, malentendidos y animadversión hacia ellas le
ayudarán a resolver problemas de su pasado.
Mathilde (Maggie Smith) es una irritante anciana, inglesa de
nacimiento que lleva toda su vida viviendo en París. Es una apasionada del
jazz; ahora que apenas puede salir de su casa y su jardín, la música y sus clases de inglés es lo que la mantiene en el mundo. Cuando tuvo problemas financieros, el señor Gold (padre de Jim) se
ofreció a comprarle la casa. Firmaron entonces un contrato viager por el que la vendedora viviría en su casa hasta su muerte y
a cambio el comprador le pagaría una renta vitalicia. Así ha llegado hasta los
92 años, compartiendo su casa con su hija Chloe (Kristin Scott-Thomas), una
profesora de inglés, cincuentañera, insegura, soltera y con un amante casado, que
también tiene frustraciones y problemas que resolver.
Con este planteamiento aparentemente ligero se teje un drama, una red cada vez más tupida y asfixiante, sobre la familia y sobre las
consecuencias que, a largo plazo, tienen las decisiones de los adultos sobre
sus hijos, sin que ni ellos ni los hijos sean conscientes de ello. Con un tono
intimista, una puesta en escena un poco decadente, en colores verdes y marrones,
los tres personajes se encuentran, chocan y rebotan uno contra otro hasta que
el orden vuelve a reinar. Porque en realidad Mathilde y el señor Gold habían
sido amantes en su juventud. Aunque ellos pretendían ser discretos, sus
respectivos cónyuges estaban al corriente de la situación y de una manera
indirecta se lo hicieron pagar a los hijos, entonces unos niños. Chloe amaba
profundamente a su padre y nunca se sintió querida por él, que sospechaba que
no era su hija biológica. Por otra parte, la madre de Jim se suicidó delante de
él cuando éste apenas tenía 19 años. Esas heridas les han marcado durante toda
su vida, sin que ellos percibieran dónde estaba el origen de sus desgracias.
Se trata de una gran película, pero desde mi punto de vista
se resiente por ser una adaptación de la obra teatral (My old lady) del mismo director, Israel Horovitz. El espacio
cerrado, dispuesto para la interacción de los tres personajes principales, crea
una atmósfera pesada, enrarecida, de muebles viejos dispersos por toda la casa
y dispuestos para ser vendidos. Y aunque, para darle más dinamismo a la
película, el director ha contado con otros personajes (ignoro si existían en la
versión teatral), pienso que están totalmente desaprovechados; especialmente el
agente de la propiedad inmobiliaria, típico francés sarcástico y bon vivant,
interpretado de manera excelente por Dominique Pinon, podía haber dado un juego
de contrastes mucho más interesante.
A pesar de esto y de un final feliz un poco pastoso, el
juego interpretativo contenido y oscuro entre los tres personajes principales
es fascinante y muy refinado. Buena película.
Dirección y guion: Israel Horovitz
Música: Mark Orton
Fotografía: Michel Amalthieu
Intérpretes: Kevin Kline, Maggie Smith, Kristin Scott-Thomas, Dominique Pinon.
Diplomacia es la
adaptación al cine de una obra de teatro del mismo título y está interpretada, en
ambos casos, por los mismos magníficos actores, Niels Arestrup y André
Dussollier. Encarnan a dos personajes históricos, von Choltitz, gobernador
militar alemán de París durante la ocupación nazi y el cónsul sueco Raoul
Nordling. A finales de agosto de 1944, Choltitz recibió la orden de Hitler de destruir París antes de que fuera liberada. Nordling intentará convencerle de que no la cumpla.
Mucho resentimiento y amargura debió acumular Hitler durante
toda su vida. Incluso cuando ya todo estaba perdido todavía quería matar más y dio
órdenes estrictas para que se incendiase la ciudad. No sé qué psiquiatra podría
dar un perfil de su incalificable actitud.
La película a veces se resiente de una puesta en escena
excesivamente teatral y académica. Los dos personajes quedan enmarcados en un
estatismo que conviene a la intensidad del momento pero que lastra un poco el
ritmo de la película.
Incendiar la ciudad, es la última orden que recibe Choltitz
y como buen militar está dispuesto a cumplirla sin cuestionarla aunque no le
guste. Tal y como tampoco le había gustado enviar judíos a los campos de exterminio,
pero órdenes son órdenes. Para disculparse primero se escuda en la obediencia
debida, pero después confiesa que si no destruye París su familia será detenida
y asesinada por el régimen, según la ley Sippenhaft. No sabemos cuál de las dos
posturas creer porque el personaje es bastante ambiguo y Niels Arestrup lo
interpreta con una gran contención.
Esta sobriedad de Choltitz contrasta con el humanismo, la ironía
y el sentido del humor del cónsul sueco. Aprovecha sus conocimientos sobre París
y su historia para colarse, por un pasadizo secreto que utilizaba creo que
Napoleón III para encontrarse con su amante, en el despacho de Choltitz. No
deja de ser un detalle genuinamente parisino, éste de utilizar un pasadizo creado
para los amantes clandestinos. Y todo eso quería arrasarlo, ese mequetrefe de
Hitler que movería a la risa sino fuese por el potencial de destrucción que
acumulaba en su andrajoso cuerpo.
Nordling intenta convencerle por todos los medios, dándole
argumentos de todo tipo para que no cumpla las órdenes. Un debate dialéctico
hasta el amanecer. Sabemos desde el primer momento que la orden no se cumplió,
pero eso no es obstáculo para vivir la incertidumbre y la lucha entre los argumentos
de ambos personajes, en ese momento situados al mismo nivel, sin jerarquías. Recrean
un juego de persecución, gato y ratón, y siempre Nordling lleva cierta ventaja,
controla alguna información que el alemán no conoce; pícaramente va dejando
miguitas para que Choltitz termine comiendo en su mano.
Choltitz, al final no cumplió la orden, como sabemos.
Terminó encarcelado en una prisión inglesa para militares de alta graduación.
Pero, paradójicamente, París supo reconocerle que no la hubiese quemado aunque
la Resistencia Francesa minimizase su papel en esa situación.
Director: Volker Schlöndorff
Guion: Volker Schlöndorff (Obra teatral de Cyril Gély)
No es un documental sobre un museo, ni un documental sobre
la pintura. Es un documental de cómo debemos sentir y vivir la pintura. Sin voz en off
que nos diga qué es lo que tenemos que ver, cuándo y cómo. Únicamente sitúa la
cámara frente a las pinturas y deja que éstas se muestren. Puede resultar un
poco largo, aproximadamente son 3 horas de documental, pero desde luego merece
la pena.
Aunque también trata el día a día de un museo y sus
problemas de financiación, pero sólo tangencialmente. Asistimos a una reunión
de la comisión de presupuestos; allí hay quienes apuestan por abrirse más al
público y a nuevas experiencias para captar visitantes (y dinero) y quienes
apuestan por una labor más tradicional y lejos de ese mundo de espectáculos
masivos.
También vemos una lección de lectura de imágenes
impartida para personas ciegas o con dificultades de visión; cómo la profesora
se esfuerza por describir las pinturas y cómo estas personas las ven a través
de sus dedos (creo que recientemente ha habido una exposición para ciegos en El
Prado, con reproducciones que recreaban las texturas de los cuadros). Los problemas
de restauración de las obras y la satisfacción de ver las obras restauradas y “renacidas”
después de años de trabajo, es otro de los temas que trata el documental.
Y el trabajo de los guías, esforzándose porque entendamos
cómo una pintura fue diseñada para un sitio distinto; que la luz que ahora la
ilumina no es la que el pintor pensó para la obra y cómo esto repercute en lo
que nosotros vemos y no vemos, en lo que nos hace sentir y en lo que nos
perdemos. Los guías del Museo nos ayudan a ver un retablo gótico, pintado para una pequeña iglesia
apenas iluminada por velas y debemos imaginar cómo las vacilantes llamas de las
velas iluminaban el retablo y casi conseguían que las figuras pintadas se
moviesen entre las sombras. Creo que esta es una idea que los museos deberían retomar: mostrar las pinturas en condiciones parecidas para las que fueron pensadas. Al menos tratar de recrearlas. Sería interesante.
O vemos también este retrato de Cristina de Dinamarca, sobrina
de Carlos V. Hans Holbein, pintor de la corte de Enrique VIII, fue enviado por
éste para pintar el retrato de Cristina. Y allí está ella, magnífica en su
sencillez. Sin joyas ni vestidos lujosos, vestida de negro pues con 23 años ya
había enviudado dos veces. Tenía entonces 3 hijos y Enrique VIII pretendió casarse
con ella. Ella le rechazó, no quería perder la cabeza (literalmente) por él. La
expresión de su cara es suave y sarcástica a la vez; cortés y desafiante. No hay
que olvidar que la pretendía un rey, pero era sobrina de un emperador. Ahí está, siglos después con su sonrisa burlona, rechazando a un pretendiente.
O el cuadro de Sansón y Dalila de Rubens. Sansón duerme en
el regazo de Dalila y ésta le traiciona. En el cuerpo de Dalila se nota toda la
tensión del momento, apoya una mano en la espalda de Sansón como muestra de su
amor por él pero el resto de su cuerpo parece querer alejarse de él, y no poder. O la Venús del espejo de Velázquez o la Virgen de las rocas de Leonardo o los embajadores de Holbein, o... hay tantas obras maestras en la National Gallery.
Un documental para no perdérselo. Hay pasión por la pintura en él.
Mirar la arquitectura.
Fotografía monumental en el siglo XIX permite viajar al pasado. Emociona
ver la continuidad entre el antes y el ahora, por lo menos en el caso de edificios
significativos y propone pensar si los edificios actuales subsistirán en el
próximo siglo. Espero que sea así. Porque aunque lo que se ha llamado
arquiescultura nos haya costado tanto dinero público y haya sido fuente de
controversia y una enorme puerta abierta hacia la corrupción y el derroche, hay
algunas obras notables que deberían ser apartadas de polémicas y ser
consideradas únicamente por su valor artístico e histórico.
Carrera de San Jerónimo y Congreso de los Diputados
Cuando la fotografía nació en el siglo XIX abrió todo un
mundo de posibilidades para ampliar el conocimiento en todos los campos. Ramón
y Cajal, Premio Nobel de Medicina en 1906, fue un profundo defensor de la
aplicación de la fotografía al campo de la investigación e incluso escribió un
libro sobre la fotografía en color, La
fotografía de los colores, fundamentos científicos y reglas prácticas. Otros
autores dedicaron su tiempo y sus fuerzas a documentar las grandes construcciones del momento, dando paso así a la fotografía monumental y
arquitectónica.
Aparatos de visionado
Jean Laurent y Charles Clifford fueron dos de estos autores que
trabajaron en España y especialmente como fotógrafos oficiales de la reina Isabel II. Sus fotografías se incluían en libros, en
incipientes guías de viajes y álbumes destinados a un público cada vez mayor y
que mostraba mayores deseos de conocer destinos más o menos lejanos o exóticos.
Obras del Puente de los franceses
Jean Laurent había nacido en Francia pero en 1843 ya estaba
viviendo en Madrid. En la Carrera de San Jerónimo fundó su estudio fotográfico. En 1874 fotografió en su
emplazamiento original las Pinturas Negras
de Goya (aunque no pueden verse en esta exposición). Fueron fotografías de
encargo que no comercializó en las que se puede comparar la restauración que
tuvieron que sufrir las pinturas al ser arrancadas de las paredes. En 1875 fotografío
también la Torre Nueva de Zaragoza,
torre emblemática de la ciudad, inclinada, que sería después derruida y de la que todavía seguimos llorando su ausencia.
Torre Nueva (Zaragoza)
Charles Clifford era galés y también se estableció en España
y fue fotógrafo oficial de la reina. Realizó el mismo tipo de trabajo que
Laurent, documentando también las obras públicas que se estaban construyendo en
la época, con su cámara de placas; especialmente las del Canal de Isabel II.
En esta exposición, hay muchos otros fotógrafos, algunos anónimos, y también explicaciones sobre los procesos
y avances técnicos de la fotografía. También algunos artefactos para visionar
(incluso en 3D) las fotografías tomadas. Muy interesante.
Exposición Mirar la Arquitectura. Fotografía monumental en el siglo XIX Biblioteca Nacional de España Paseo de Recoletos, 20 - Madrid Hasta el 4 de octubre de 2015
Si creemos esta historia creeremos que Georgiana Spencer, una
antepasada de la última princesa de Gales, Diana Spencer, tuvo una vida
bastante parecida a ésta. Aristócrata culta y muy atractiva, contrajo un buen
matrimonio que contribuyó a situarla en el centro de las miradas, chismorreos y
comentarios varios de su época, en el siglo XVIII. El duque de Devonshire
(Ralph Fiennes), ya entrado en años, buscaba una esposa joven únicamente para
que le facilitara el heredero que tanto ansiaba (una historia bastante parecida
a la de Carlos de Inglaterra y Lady D). Como Georgiana tardó un tiempo en cumplir
con su cometido, el duque empezó a cansarse de ella, así que ella se dedicó a
vivir plenamente en la sociedad de su tiempo e incluso a ser un estandarte para
la moda (parecidos razonables, otra vez). Se enamoró perdidamente de un prometedor
político, el señor Grey (no el de las 50 sombras, sino el del té; terminó siendo
el conde de Grey, insisto como el té negro con esencia de bergamota, Earl Grey) y sucumbió a su agitada vida
social y también a los cotillas y paparazzis de entonces (otro parecido).
Terrible historia la de estos amantes. Georgiana y el señor
Grey tuvieron una hija. Pero, en aquel momento (y ahora tampoco) una sociedad tan
conservadora no podía permitir que se cuestionaran sus reglas. Así que el duque
de Devonshire (que no era un monstruo, sino únicamente un hombre de su tiempo),
a cambio de perdonar la infidelidad de Georgiana, decidió que sería mejor para
todos que la niña se criase con la familia Grey (legalmente como sobrina
adoptada de su propio padre). En fin, estos trapicheos que solían hacer los
biempensantes para ocultar sus deslices.
Bueno, lo que se saca en claro de esta historia no es que
los adulterios no estén permitidos, sino que se trata de llevarlos con cierta
discreción. El señor duque de Devonshire también tenía una hija ilegítima, pero
no tuvo ningún problema en educarla en su casa; también tenía una amante, pero
tampoco tenía ningún problema en vivir con ella en el domicilio conyugal, compartiendo
desayuno, comida y cena con esposa y amante, todos en armonía. Además para
rizar el rizo la amante del marido era la mejor amiga de Georgiana, así no
puede haber problema ¡todo queda en casa! Hay que decir que antes de morir
Georgiana le pidió a su marido que se casase con su amante de toda la vida. Así que muy
rencorosa no sería.
Vemos pues que, por obra y gracia de la literatura y el cine, las historias de Georgiana y Lady D convergen, en lo del triángulo amoroso soportado durante años y en las desdichas en su
matrimonio. La diferencia es que Lady D se divorció del Príncipe Rana y Georgiana no. Otra
semejanza, también en el nombre a Georgiana su marido la llamaba G, lady G. No sé si creerme tanta coincidencia.
Por otra parte, la película es demasiado simple. Tiene excelentes interpretaciones (Ralph Fiennes está magnífico y Keira Knightley también está
bien), buena ambientación y vestuario, preciosa fotografía, pero abusa del (¿inventado?)
paralelismo entre las dos historias. Además desperdicia la ocasión de dar un
perfil biográfico real de la duquesa de Devonshire, una de las primeras activistas
políticas en la historia de Gran Bretaña y se queda en la mera historieta de
amor.
La duquesa de Devonshire captando votantes
Hubiera sido de agradecer que enfatizase en el aspecto de
mujer revolucionaria para su época. Murió en 1806, cuando Francia ardía en
revoluciones y ese espíritu revolucionario se extendía por toda Europa, aunque
sólo fuese para vivir las relaciones personales de otra manera. Fue una mujer
muy influyente; reunía a políticos en su casa y promocionaba alguno de ellos.
No debía ser muy estimada por esta manía suya de entrometerse en cosas de
hombres. Recientemente, en un documental de la BBC sobre las sufragistas y sus
antecedentes, recordaron un escándalo que le atribuyen. Un ilustrador satírico,
Thomas Rowlandson, recogió el rumor de que la duquesa repartía besos a cambio
de votos para sus amigos e hizo toda una serie de grabados con el tema. Para
saber algo más de la duquesa de Devonshire os recomiendo el documental.
Intérpretes: Keira Knightley, Ralph Fiennes y Hayley Atwell
Fotografía: Gyula Pados
Guion: Jeffrey Hatcher, Anders Thomas Jensen (Libro: Amanda Foreman)