sábado, 19 de febrero de 2022

Epistolario: Miquiño mío. Cartas a Galdós de Emilia Pardo Bazán.

La autora.-

Emilia Pardo Bazán, condesa de Pardo Bazán, nació en 1851. Fue educada en un colegio francés; viajó por Europa y podía leer también en inglés. Estuvo muy interesada por la novela naturalista, aunque los especialistas prefieren encuadrarla en el movimiento literario realista. Cuando su marido le exigió que dejase de escribir, ella decidió separarse de su marido. Luchadora por la educación e independencia de las mujeres. Otras obras: Los Pazos de Ulloa, La Tribuna, La madre naturaleza, Insolación. Escribió también ensayos, libros de viajes, biografías y una abundante obra periodística. Murió en 1921 y ahora en la Biblioteca Nacional en Madrid se exhibe una exposición conmemorativa. 

Los editores.-
Isabel Parreño es licenciada en Filología Hispánica y profesora de literatura; colabora también en diversas revistas literarias y ha escrito un libro de viajes Postales de New York.

Juan Manuel Hernández ha publicado un libro de textos breves, Cuando la noche te alcanza, y gestiona también varios blogs literarios como http://elhiloinvisible.blogspot.com/

Mi opinión.-
Creo que la mejor manera de conocer a alguien es poder husmear en su correspondencia privada y más si es una correspondencia amorosa. Como ya hace tiempo que escribir cartas dejó de ser una necesidad, dentro de poco nos perderemos esta ocasión inigualable de acceder a la intimidad de una persona. En el caso de la correspondencia entre Emilia Pardo Bazán y Benito Pérez Galdós, la lástima es que no tengamos las cartas que éste le envió a ella. Supongo que la misma Pardo Bazán o su familia las destruyeron para intentar apagar cualquier recuerdo de su pasión amorosa.

No sólo de pasión amorosa van estas cartas y eso, los distintos registros que se pueden encontrar a lo largo de más de 30 años, es lo más interesante. Primero tenemos las cartas de amistad donde, además, la autora aprovecha para desplegar todos sus conocimientos sobre literatura y para aportar críticas muy constructivas a la obra de Galdós y no tan constructivas a la obra de otros autores; y también para poner de manifiesto su pasión por el oficio literario y sus estrategias a la hora de enfrentarse a la escritura de una obra.

Emilia Pardo Bazán se muestra muy expresiva y sincera en estas cartas y se despide educadamente con las iniciales qbsm, que besa su mano. Y yo me pregunto ¿en qué momento del hundimiento de esta civilización dejamos de utilizar esa frase de cortesía para despedirnos en una carta? ¿No es una frase maravillosa? Rebuscada, ñoña y pelín cursi pero esplendorosa, ¿no?

Además, en estas cartas se muestra obsequiosa, invitándole constantemente a pasar parte de sus vacaciones en Galicia, con su madre y sus hijos. Haciendo una referencia especial al interés que su hijo Jaime tenía en conocerle para mostrarle su admiración y, por ello, todavía sorprende más que nunca, en ninguna de las cartas, mencione a sus hijas. También aprovecha su amistad con Galdós, entonces diputado, para pedirle favores para sus amigos. No creo que se tratase de un tráfico de influencias deshonesto, pero sí que insistía sobre todo en ayudar a la mujer que le había servido de inspiración para el personaje principal de La Tribuna. Se llama Josefa Carrera y trabajaba en la Fábrica de Tabacos de La Coruña. Como no debía de ser un trabajo muy saludable, esta señora pretendía obtener el cargo de Portera Mayor. No sé si lo llegaría a conseguir pero sí que se lee en varias de estas cartas la insistencia de Pardo Bazán en este asunto.

Las cartas expresamente amorosas son muy interesantes. Lógicamente son las de los requiebros, las carantoñas y los motes cariñosos. Pero también son las de la logística de los encuentros y no era cosa fácil encontrarse en Madrid sin que nadie les reconociese y mantener la discreción debida para no avergonzar a sus respectivas familias. Son también cartas indicadoras del talante viajero de la Pardo Bazán, de su popularidad en Europa y de su curiosidad por otros escritores como Zola o los Goncourt. También en esas cartas hay nubarrones y arrepentimiento por la infidelidad que Emilia cometió con Lázaro Galdeano. Y testimonio de sus dudas y temores y de la incomodidad que su gordura le proporcionaba.

En la tercera parte, una vez apagada la pasión amorosa, las cartas vuelven a mostrar una sincera amistad y una preocupación constante por la salud de Pérez Galdós. En fin, lo que he dicho al principio, una manera excepcional de acceder a la intimidad de dos personajes que murieron hace 100 años. Una lectura imprescindible.

He comentado en otros post dos obras de doña Emilia, La Tribuna, la primera novela española que tuvo como protagonista a una mujer obrera y Memorias de un solterón. En ambas se repiten personajes siguiendo la misma tendencia de otros novelistas que buscaban re-crear mundos literarios que sirvieran para entender una época llena de cambios. Una novela sociológica en la que el medio en el que se desarrollaban los personajes influía profundamente en las vidas de las clases altas y bajas. También es muy interesante una serie de TV dirigida por Gonzalo Suárez en 1985, basada en su novela Los pazos de Ulloa. Y por supuesto la exposición que se está celebrando en la Biblioteca Nacional en Madrid, con motivo del aniversario de su muerte, Emilia Pardo Bazán. El reto de la modernidad.


Miquiño Mío
Cartas a Galdós
Emilia Pardo Bazán
Isabel Parreño y Juan Manuel Hernández, eds.
Turner Noema


miércoles, 16 de febrero de 2022

Biografía: Agonizar en Salamanca de Luciano G. Egido (2006)

El autor.-
Luciano G. Egido es ensayista, poeta y novelista que ha recibido varios premios por su obra. Se doctoró en Filosofía y Letras por la Universidad de Salamanca. También fue crítico de cine y participó en las Primeras Conversaciones sobre Cine Español, organizadas por Basilio Martín Patino en 1955. Otras obras suyas: Tierra violenta, J.A. Bardem, La cueva de Salamanca. 

Mi opinión.-
Miguel de Unamuno tenía 72 años en 1936, cuando estalló la Guerra Civil española. Era un intelectual de reconocido prestigio internacional. Rector de la Universidad de Salamanca, había mostrado un marcado recorrido también como político en contra de una monarquía decadente y abusiva, lo que le había llevado al exilio, y había sido también concejal del ayuntamiento de Salamanca. En resumen, un hombre respetado, querido y apreciado más por sus cualidades intelectuales que por su carácter, poco afable. Pero también era un hombre viejo, un hombre viejo y aterrado por los acontecimientos que se sucedían brutalmente y a los cuales no encontraba explicación.

Unamuno es definido por Egido como “intelectual sentimental” (pg. 237). Para él, todo lo que había valorado en la vida, la palabra, el estudio, el debate filosófico, desaparecían ante dos fuegos emocionales, irracionales y bárbaros. Muy gráficamente, los había etiquetado como los Hunos y los Hotros. Los que no pueden vivir sin contienda, sin enfrentamiento, sin conflicto. Dos posiciones igualmente destructivas y excluyentes, sin ninguna vocación de buscar un consenso, un acuerdo de supervivencia.

Este hombre viejo, triste y malhumorado se puso de parte de los rebeldes. Era un burgués decimonónico, amante del orden y aterrado por el triunfo del Frente Popular pensó que los militares sublevados serían garantía de la vuelta de ese orden. “No hay gobierno en Madrid, sólo bandas armadas”. Creyó que la rebelión sería como un pronunciamiento más de los realizados durante todo el siglo XIX, un golpe de mano para sanear la situación y devolver el poder político a los civiles. Sin embargo, esta vez no fue así.

El libro ficciona los últimos cuatro meses de Unamuno, desde que los rebeldes llegan a Salamanca en septiembre hasta diciembre cuando muere. Está claro que se pone de su parte y que se gana el odio y el desprecia de sus antiguos amigos y conocidos, del bando republicano y del Frente Popular. Sin embargo, también queda claro que en octubre ya está desencantado con el bando rebelde y es capaz de reprocharle su altanería, su brutalidad y sus engaños. Los falangistas tratan de convencerle de que se convierta en su ideólogo e incluso forma parte de un comité para la depuración. Unamuno siempre había vivido en sus palabras y en su legado intelectual y no toleró que utilizaran, que pervirtieran sus palabras para enfrentar a españoles. Le parecía que hunos y hotros se caracterizaban por su resentimiento. Un resentimiento que esgrimían mutuamente; la envidia utilizada como motor; y, sobre todo, el miedo a la libertad individual. Al final, los hunos y los hotros el trataron igual. Le insultaron, le denigraron, le ningunearon. Sin duda se equivocó al apoyar el golpe de estado y quería rectificar pero no tuvo tiempo para emprender una tercera vía.

Ese odio a la inteligencia y a los espíritus libres le resultaba insoportable. Era un odio que ambos bandos exhibían sin pudor. No sé si era un hombre senil que quiso engañarse a sí mismo pero, enseguida, inició la rectificación. La muerte, quizá acelerada por los acontecimientos y el desasosiego que le producía la carnicería que se avecinaba, se lo impidió. Si hay una palabra que define sus últimos días sería la de agonía. Agonía que ya había vivido porque su vida fue una lucha constante. Agonía por el enfrentamiento entre españoles, por el asesinato de la inteligencia, por la decepción por la república y también por la rebelión del ejército. En definitiva, la maquinaria que se había puesto en marcha funcionaría sólo con sangre. Algo que a Unamuno le espantaba eran los grupos de solteronas que acudían a presenciar las ejecuciones: “…estas mujeres son peores que los hombres; estas vírgenes solteronas, estas fanáticas. Pasan la vida en celibato y ante el espectáculo de las ejecuciones sienten todo el placer que les fue negado” (pg. 116). Si hubiera visto la represión que siguió después. Afortunadamente, no vivió para verlo.

También llama la atención en este libro la animadversión entre Azaña y Unamuno. Entre ambos se deseaban el suicidio o la muerte. Unamuno reprochaba a Azaña su escaso sentido histórico. Sin embargo, también coincidían en que el General Mola era un demente y que Franco era un hombre más sensato, desbordado por los acontecimientos. Unamuno pensaba que era un hombre sereno que sufría ante una represión a la que no podía oponerse. ¿Era Franco, realmente, tan sibilino?, ¿actuaba con tanta doblez que ni siquiera Unamuno pudo verle como realmente era?

El autor escribió este ensayo biográfico y literario para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Unamuno. Apoyándose en los textos utiliza esta ficción para imaginar los sentimientos turbulentos de sus últimos meses. Especialmente, utiliza las poesías de los últimos días, pero también cartas, fragmentos de entrevistas y reflexiones. Sin embargo, y esto no me ha gustado, no pone las referencias de estas obras en notas a pie de página y así resulta imposible localizar los entrecomillados que, se supone, son citas textuales de entrevistas o de obras propias del biografiado. Creo que este libro sirvió de base para el guion de la película Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar. Muy recomendables ambas obras.

 

Agonizar en Salamanca.
Unamuno, julio-diciembre de 1936
Luciano G. Egido
Tusquets