El autor.-
Santiago Alba Rico se licenció en Filosofía por la
Universidad Complutense y en su labor como ensayista ha publicado libros sobre
filosofía, antropología y política. Uno de sus primeros trabajos fue como
guionista de
Los electroduendes, los
famosos muñecos de
La bola de cristal
a los que, según él mismo ha confesado, trató de convertir en “fábulas de
marxismo satírico para niños”. Otras obras suyas:
España, Nadie está seguro con un libro en las manos,
Ser o no ser (un cuerpo).
Mi opinión.-
Alba se propone estudiar en este libro los mecanismos que
dan lugar a un ambiente islamófobo y que, como cualquier otra fobia, podrían extenderse
a cualquier otro grupo social. Para ello comienza definiendo lo que es la
islamofobia y cómo se va construyendo. Es el lenguaje y su vinculación con el
poder lo que va conformando una causa y alineándose para conseguir sus
objetivos: señalar al otro, extrapolar las características negativas de su
grupo social, conseguir que creamos que son inherentes, esenciales e inmutables
y, así, convertirlo en una amenaza.
Los clichés cumplen dos funciones principales. Por una
parte, objetualizan y degradan al otro haciéndole abarcable y por otra, justifican
el trato discriminatorio frente a quien catalogamos como el “otro amenazante” que
el vencedor de esta batalla de su responsabilidad por el acoso y le liberan de
culpa. Es cierto que todo grupo social tiene características negativas
recurrentes, en este caso podríamos mencionar el islamismo radical, pero
también es cierto que no está condenado a perpetuarlas y que debemos partir de
la base de que el cambio y la evolución siempre son posibles.
Para fortalecer las relaciones de dominio es imprescindible
construir un objeto manipulable, incapaz de incardinarse en un espacio-tiempo
determinado y por tanto al que pueda adjudicarse la etiqueta de inmutable y
además eterno. Un esencialismo inmutable que, además, es negativo. Las
relaciones de dominio y poder se van infiltrando en las categorías del
conocimiento y fortalecen la construcción de un “otro manipulable”, una “unidad
ficticia negativa e inasimilable” que, frecuentemente, es asumida por el propio
sujeto discriminado.
De esta manera, se produce un fenómeno de cismogénesis complementaria que Alba en
la página 58, ha tomado del antropólogo Gregory Bateson. El islamismo radical y
la islamofobia se retroalimentarían, resultarían ser mutuamente beneficiosos
para su supervivencia. La islamofobia tomaría del islamismo radical en su
versión más extrema, el yihadismo, por ejemplo, su capacidad de violencia terrorista
indiscriminada y, ayudado por relaciones de dominio, conseguiría entronizar
esta capacidad como rasgo definitorio de toda la comunidad musulmana. Al mismo
tiempo, el yihadismo asumiría ese rasgo definitorio y lo convertiría en parte esencial
de su ser. Por ejemplo, Alain Bartho, mencionado también por Alba Rico, afirma que
el Estado Islámico no sería una radicalización del Islam, sino una islamización
de una radicalidad previa que, desde mi punto de vista, comparte definición,
objetivos y estrategia con cualquiera de los fascismos que ya hemos vivido en
Occidente. Ese sería el punto en común y el mecanismo relacional que hace que
uno y otra sean esenciales para la existencia del otro. El yihadismo y la
islamofobia son dos caras de la misma moneda fascista, aparentemente
enfrentados pero, en realidad, en una retroalimentación perfecta. Pero, ¿cuál
de los dos es más peligroso?
Desde este punto de vista, el autor no termina de equiparar
ambos fenómenos y considera que es más peligrosa la islamofobia que el
islamismo radical. La islamofobia va permeando poco a poco en todos los niveles
de nuestras sociedades. Por eso es tan peligrosa. Tiene una cara amable y se
disfraza de opción demócrata pero en realidad esconde toda una maraña de
prejuicios contra el otro amenazante. En realidad, actuaría como un caballo de
Troya en nuestras sociedades, desmontando desde dentro los derechos y
libertades públicos de los que disfrutamos en Occidente. Y, además, suele estar
muy próxima al fascismo. El yihadismo en su dimensión más agresiva nos pone
ante el riesgo real de pérdida de vidas humanas; pero la islamofobia nos
retrotrae a épocas de persecución y retroceso en derechos individuales.
En definitiva, los tópicos van sembrando el camino resbaloso
hacia la discriminación. Y los tópicos negativos tienen vocación de
permanencia. El autor ha hablado en alguna entrevista de “la interiorización
mansa de la inferioridad de otros pueblos” como algo que puede resultar muy
peligroso. Y tenemos ejemplos recientes en nuestra historia europea. El
holocausto se deslizó fácilmente por los raíles del antisemitismo. Sólo fue un
paso más hacia la injusticia. Una muestra clara de la “interiorización mansa de
la inferioridad del otro” por parte de todas las capas de una sociedad.
Debemos, pues, sacudirnos la pereza mental y no aceptar sin
cuestionar los esquemas de interpretación, los atajos cognitivos que
clasifican, categorizan y encasillan a millones de personas de manera tan
automática, tan permanente y, sobre todo, tan negativa. Sin embargo, tratar de
contrarrestar esta tendencia islamófoba no nos debe llevar a cometer otros dos
errores. Alba Rico los llama culturalismo
y miserabilismo. El culturalismo no es otra cosa que el
relativismo instalado en Occidente desde mediados del siglo XX y que nos lleva
a considerar que todo hecho cultural es respetable por sí mismo, por el mero
hecho de pertenecer a una cultura. Como si la cultura o las culturas fueran
algo sagrado e inmutable que no puede ser cuestionado, corregido, criticado y
superado. La otra trampa en la que podemos caer cuando tratamos de evitar la
islamofobia es el llamado miserabilismo.
Esta trampa es más frecuente entre la izquierda de nuestros países demócratas.
Y es la culpabilidad por el pasado occidental. Evidentemente, un pasado depredador
y colonizador pero cuya culpa en algún momento deberemos de cancelar.
Como conclusión yo diría que, en España, (al menos todavía)
no hay un discurso islamofóbico estructurado pero que debemos estar vigilantes
con la utilización de las identidades, y especialmente de las partes más
oscuras de las identidades, para catalogar a los diferentes grupos sociales. Y
sería básico recordar que las culpabilidades deben ser asignadas
individualmente. En definitiva, que cada cual sea responsable de sus actos, en
un ambiente consolidado de libertades individual y colectiva. Pero eso sería un
mundo ideal. Mientras este mundo ideal llegue debemos tener en cuenta hechos
concretos y, además, que los mismos hechos concretos en distintos contextos
sociales pueden tener soluciones diferentes. Por ejemplo, el velo islámico para
las mujeres. Yo como mujer feminista prefiero ver mujeres musulmanas sin velo,
sin hijab, sin niqab, sin burka; pero también prefiero ver mujeres musulmanas
en la universidad, en el trabajo o por la calle y si, para que estén en estos
sitios, de momento, tienen que llevar un hijab, podré tolerarlo. Obligarles a
quitárselo sería más propio de otro fundamentalismo, un fundamentalismo laico.
Islamofobia
Nosotros, los otros y el miedo
Santiago Alba Rico
Icaria. Más Madera