jueves, 7 de noviembre de 2013

Cine: El quinto poder de Bill Condon

El quinto poder era una película difícil. Todos sabemos, más o menos, la historia que cuenta porque es muy reciente y no tenemos perspectiva suficiente para poder evaluarla. Así que me parece acertado que el director se haya centrado en el aspecto de thriller político, antes que en una biopic. Pero aun así resulta un poco flojita. Las interpretaciones salvan la película: Cumberbatch como Assange y Daniel Brülh como Domscheit-Berg. 

Pero también creo que se ha recibido con muchos prejuicios. Yo no esperaba de ella ni grandes verdades ni grandes descubrimientos (ya no lo espero de ninguna película), por esto no me ha decepcionado. Tiene una buena fotografía: te envuelve en ese ambiente frío, de colores grises azulados, a veces con velocidad de vértigo y una jerga incomprensible, pero todo esto sirve para describir el ambiente de los “nerds” (esos pirados de la informática que son capaces de hackear cualquier objetivo que se fijen). Dos jóvenes que se mueven con total soltura por medio mundo. Cada uno con su ordenador portátil como un apéndice más de su cuerpo. 

Es la adaptación de dos libros. Uno de ellos escrito por Domscheit-Berg, compañero de Julian Assange, una vez que se sintió decepcionado. Es su versión de la historia. Desde su punto de vista, Domscheit-Berg puede quedar como ingenuo, pardillo o manipulado por el villano Assange; pero la película, en este aspecto, se mantiene bastante neutra. Assange con sus manipulaciones, sus silencios y sus tejemanejes sigue quedando como un personaje misterioso. Hay alguna insinuación sobre su infancia y una referencia un poco naive al teñido de su pelo. Así queda el personaje tal y como se nos sigue presentando todavía, una incógnita. 

La película también tiene concesiones sentimentales sobrantes: unas lagrimillas que Daniel Domscheit-Berg vierte cuando destroza Wikileaks y una alta funcionaria del gobierno de Estados Unidos (buena interpretación de Laura Linney) que está preocupada por la repercusión que las filtraciones tendrán en su confidente libio. 

Este personaje que interpreta Laura Linney es el que me resulta más próximo, por su perplejidad. No entiende nada. Aunque es una diplomática americana que está en la cumbre de su carrera aparentemente dominando el mundo, percibe que, sin darse cuenta, se ha quedado atrás. Es una excelente profesional, con la mejor educación que puede recibir un habitante del primer mundo y con una gran experiencia en relaciones internacionales, y que ahora no comprende como las filtraciones de un soldado raso resentido o idealista o inestable emocionalmente, de pocas luces y menos preparación, pueden estar dinamitando la supuesta paz mundial.

Es muy pronto para evaluar la repercusión del asunto Wikileaks. Los periodistas, siempre exagerando, ya la han catalogado como la revolución del siglo XXI. Pero todavía no sabemos en qué sentido. Sí es cierto que el avance en las tecnologías de la comunicación nos hace vulnerables; cualquiera puede acceder a nuestros datos, a información básica sobre nuestra vida, con un mínimo esfuerzo. “El Gran Hermano nos vigila” y ahora es de verdad. Al mismo tiempo instituciones y gobiernos son cada día más opacos; aunque esto no es ninguna novedad. Nunca han sido transparentes.

Desde 2010, cuando Assange y Domscheit-Berg crearon Wikileaks, siguen produciéndose filtraciones de información comprometida. Y poco más pasa. Para la inmensa mayoría del mundo no ha cambiado nada. El hecho de que los gobiernos se impliquen en guerras sucias, y que lo hagan por intereses espurios, ha sido siempre un secreto a voces. Pero de repente, el mundo (especialmente el anglosajón) se hace consciente de esta situación con cifras, nombres, datos y sobre todo imágenes. No puedo creerme a estas alturas del siglo XXI en esa pérdida de inocencia ñoña. Bastaba un vistazo a los libros de historia para corroborar el historial de injerencias indebidas de los sucesivos gobiernos de Estados Unidos, para desestabilizar cualquier régimen latinoamericano que no fuese conveniente para sus intereses. Y eso pasó durante los años 80. No hace tanto tiempo para que lo hayan olvidado. 

Incluso se podría decir que el primero de estos entrometimientos  fue la explosión del acorazado Maine, en las costas de Cuba; uno de los desencadenantes de la guerra de 1898. Nunca quedó claro qué había pasado, pero hubo sospechas de que Estados Unidos había volado su propio acorazado, como excusa para comenzar una guerra con España. La diferencia es que hoy analizamos la historia cuando todavía no ha terminado de suceder. 

La película plantea que tenemos derecho a la información. A toda la información. Que, la sociedad civil, somos el quinto poder; aunque deberíamos ser el primero. La privacidad debe ser para los ciudadanos y la transparencia para instituciones y gobiernos. Pero, ¿qué hacemos ahora con toda esa información que pone en nuestras manos? Mucha información es como el ruido que no te deja pensar. Son tantos datos y tan enrevesados, que necesitamos un mediador que los procese. ¿Cómo saber si debemos confiar en ese mediador? Los gobiernos y el resto de instituciones democráticas están peligrosamente intervenidos por los poderes económicos. La prensa también. ¿Por qué deberíamos creer a Assange? Supongo que la película no se había propuesto respondernos a todas estas preguntas. 

Julian Assange sigue en la Embajada de Ecuador en Londres y no ha querido participar en la película. No sé de qué vive, cuántos colaboradores tiene, cómo va a terminar este asunto (si es que tiene que terminar). Hasta ahora todo lo que ha salido en la plataforma ha sido cierto, ¿no?



Director: Bill Condon
Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Daniel Brühl, Laura Linney y Stanley Tucci
Fotografía: Tobias A. Schliessler








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