En cuanto a la película, tengo que decir que no me ha
emocionado. Es de ritmo un poco lento y presenta el contraste entre el ejército
ocupante y la población civil de forma bastante simple y maniquea. Por una
parte, la población autóctona se muestra pasiva e incluso comprensiva con “sus
hermanos” ocupantes. Aparentemente vivían en una situación idílica que ahora
con la guerra se ha roto: las mujeres vendían pescado en la calle, las jóvenes
cantaban y bailaban y los hombres podían jugar al fútbol. Ahora, los ocupantes
islámicos obligan a las pescaderas a vender pescado con guantes de lana para no
ser indecorosas, persiguen cualquier canción que oigan aunque esté dedicada a
Dios y obligan a los jóvenes a jugar al fútbol con balones invisibles.
Si la película pretende una denuncia del yihadismo se queda
un poco corta. Los ocupantes son demasiado impersonales. No se sabe de qué país
vienen ni qué pretenden con la ocupación. Imparten la sharia de manera brutal
entre los habitantes de Tombuctú, pero aparecen como estereotipos, peleles. No
se produce un choque de religión, pero sí de cultura; apenas se entienden
porque la única lengua común que pueden utilizar es el inglés y ninguno de
ellos lo domina. Pero si lo que pretendía el director era contrastar un modo de
vivir la religión de una manera obsesiva, artificial y oscurantista y otro
alegre, vital y en paz. Eso sí que lo ha conseguido.
Fotografía preciosa y poética pero un poco previsible: una gacela que huye, las
dunas que recuerdan el cuerpo de una mujer desnuda. Interesante por ser una
película africana, de las que apenas llegan a España. También ha sido criticada por estar hecha para el "gusto occidental". Esta película ha sido nominada para el Oscar a la mejor película extranjera pero no lo ha ganado; en cambio en Cannes sí tuvo el premio del jurado.
Los actores en el Festival de Cannes |
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