Alberto García-Alix es uno de los fotógrafos más conocidos en España, desde la Movida, con una larga trayectoria como artista y también como editor. Su primera exposición data de 1981 y de ahí hasta hoy. Fue Premio Nacional de Fotografía en 1999 y Premio PhotoEspaña 2012. Su estilo, para mí, era muy reconocible hasta esta exposición. Formato casi siempre cuadrado, blanco y negro, fotografías muy directas y fuertemente expresivas de la bohemia y, en general, del mundo de la noche madrileña, con sus caídos y sus supervivientes.
Pero, además, en esta exposición se muestra que él no ha dejado de indagar y de plantearse retos. Me han sorprendido mucho “sus sombras y desenfoques” de edificios y el tratamiento dado a algunas fotografías de naturaleza. En ambos casos crea mundos especiales: en el primero un mundo onírico y surrealista, más cerca de de Chirico, alejado de la crudeza de sus retratos lumpen y en el segundo, un mundo orgánico y paradójicamente muy espiritual. Además de estos dos ámbitos también contamos en la exposición con retratos y autorretratos, más clásicos en su producción, y con una serie de fotografías dedicada a su otra gran pasión, las motos.
De lo que podría considerarse fotografía de naturaleza me ha resultado muy inquietante El purgatorio del año 2008. No sé si es una proyección de mis propios fantasmas o si el autor ha manipulado digitalmente la imagen (la verdad es que en las exposiciones de fotografía apenas hay información sobre los procesos que utilizan los autores y no entiendo por qué). Decía que quizá el autor haya manipulado digitalmente la imagen pero yo soy capaz de ver a las ánimas del purgatorio enganchadas en esas ramas. No sé si las ramas intentan que las almas no abandonen el mundo de los vivos o si quieren impedir que vayan a su último destino: el cielo o el infierno, pero yo las veo allí, enganchadas, retenidas en esas ramas. Tengo que repasar cuál es la función del purgatorio y si existe en otras religiones también.
Otra de mis fotografías favoritas de esta exposición ha sido El lamento de un perro del año 2011, de la serie Patria querida. Irremediablemente esta imagen me ha remitido a Goya y a su Perro semihundido, una de las pinturas negras más fascinantes. Y es en esta imagen donde encontramos e, incluso, podemos palpar la “mentira” de la fotografía. ¿Por qué creemos que este perro emite un lamento? En apenas fracciones de segundo ha quedado plasmada su mirada en el negativo fotográfico y luego mediante procedimientos químicos se ha positivado en papel, ¿es eso suficiente para evaluar si es un lamento o no? Puede ser tristeza pero no tenemos suficiente información para asegurarlo ¿no? En cualquier caso, es una fotografía preciosa y emocionante. Sólo por eso ya merece estar colgada en una exposición.
De los retratos y autorretratos, destacaré dos: Autorretrato dibujado a un muro y Autorretrato infantil ambos de 2012. No sé cual me inquieta más. En todas estas fotografías parece que los objetos cobran vida y son tratados como personas pero al mismo tiempo las personas retratadas han encontrado una vía para escapar de la intromisión del fotógrafo.
Lástima que la pandemia no permita editar folletos u hojas de sala sobre las exposiciones. A mí me gustaba quedarme con ellos como recuerdo de haber ido. Pero también reconozco que es una oportunidad para buscar la información. Las redes sociales sirven también para esto aparte de para insultar y reírse de los demás (ironía). Creo que voy a repetir y volveré a esta exposición, hasta el 4 de abril en el Museo IAACC Pablo Serrano de Zaragoza. Y algún día espero que se restablezcan las visitas guiadas para conocer la colección de esculturas de Pablo Serrano, un artista que también merece la pena.
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