Unamuno es definido por Egido como “intelectual sentimental” (pg. 237). Para él, todo lo que había valorado en la vida, la palabra, el estudio, el debate filosófico, desaparecían ante dos fuegos emocionales, irracionales y bárbaros. Muy gráficamente, los había etiquetado como los Hunos y los Hotros. Los que no pueden vivir sin contienda, sin enfrentamiento, sin conflicto. Dos posiciones igualmente destructivas y excluyentes, sin ninguna vocación de buscar un consenso, un acuerdo de supervivencia.
Este hombre viejo, triste y malhumorado se puso de parte de los rebeldes. Era un burgués decimonónico, amante del orden y aterrado por el triunfo del Frente Popular pensó que los militares sublevados serían garantía de la vuelta de ese orden. “No hay gobierno en Madrid, sólo bandas armadas”. Creyó que la rebelión sería como un pronunciamiento más de los realizados durante todo el siglo XIX, un golpe de mano para sanear la situación y devolver el poder político a los civiles. Sin embargo, esta vez no fue así.
El libro ficciona los últimos cuatro meses de Unamuno, desde que los rebeldes llegan a Salamanca en septiembre hasta diciembre cuando muere. Está claro que se pone de su parte y que se gana el odio y el desprecia de sus antiguos amigos y conocidos, del bando republicano y del Frente Popular. Sin embargo, también queda claro que en octubre ya está desencantado con el bando rebelde y es capaz de reprocharle su altanería, su brutalidad y sus engaños. Los falangistas tratan de convencerle de que se convierta en su ideólogo e incluso forma parte de un comité para la depuración. Unamuno siempre había vivido en sus palabras y en su legado intelectual y no toleró que utilizaran, que pervirtieran sus palabras para enfrentar a españoles. Le parecía que hunos y hotros se caracterizaban por su resentimiento. Un resentimiento que esgrimían mutuamente; la envidia utilizada como motor; y, sobre todo, el miedo a la libertad individual. Al final, los hunos y los hotros el trataron igual. Le insultaron, le denigraron, le ningunearon. Sin duda se equivocó al apoyar el golpe de estado y quería rectificar pero no tuvo tiempo para emprender una tercera vía.
Ese odio a la inteligencia y a los espíritus libres le resultaba insoportable. Era un odio que ambos bandos exhibían sin pudor. No sé si era un hombre senil que quiso engañarse a sí mismo pero, enseguida, inició la rectificación. La muerte, quizá acelerada por los acontecimientos y el desasosiego que le producía la carnicería que se avecinaba, se lo impidió. Si hay una palabra que define sus últimos días sería la de agonía. Agonía que ya había vivido porque su vida fue una lucha constante. Agonía por el enfrentamiento entre españoles, por el asesinato de la inteligencia, por la decepción por la república y también por la rebelión del ejército. En definitiva, la maquinaria que se había puesto en marcha funcionaría sólo con sangre. Algo que a Unamuno le espantaba eran los grupos de solteronas que acudían a presenciar las ejecuciones: “…estas mujeres son peores que los hombres; estas vírgenes solteronas, estas fanáticas. Pasan la vida en celibato y ante el espectáculo de las ejecuciones sienten todo el placer que les fue negado” (pg. 116). Si hubiera visto la represión que siguió después. Afortunadamente, no vivió para verlo.
También llama la atención en este libro la animadversión entre Azaña y Unamuno. Entre ambos se deseaban el suicidio o la muerte. Unamuno reprochaba a Azaña su escaso sentido histórico. Sin embargo, también coincidían en que el General Mola era un demente y que Franco era un hombre más sensato, desbordado por los acontecimientos. Unamuno pensaba que era un hombre sereno que sufría ante una represión a la que no podía oponerse. ¿Era Franco, realmente, tan sibilino?, ¿actuaba con tanta doblez que ni siquiera Unamuno pudo verle como realmente era?
El autor escribió este ensayo biográfico y literario para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Unamuno. Apoyándose en los textos utiliza esta ficción para imaginar los sentimientos turbulentos de sus últimos meses. Especialmente, utiliza las poesías de los últimos días, pero también cartas, fragmentos de entrevistas y reflexiones. Sin embargo, y esto no me ha gustado, no pone las referencias de estas obras en notas a pie de página y así resulta imposible localizar los entrecomillados que, se supone, son citas textuales de entrevistas o de obras propias del biografiado. Creo que este libro sirvió de base para el guion de la película Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar. Muy recomendables ambas obras.
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