viernes, 19 de octubre de 2012

Germinal


Sinopsis.- 
Hace 150 años los obreros mendigaban trabajo por los caminos, de pueblo en pueblo, hambrientos y vagabundos, confundidos con los delincuentes. Étienne Lantier ha sido despedido por abofetear a su jefe. Así llega a la mina y conoce a la familia de Maheu. Encontrará allí la miseria, la solidaridad, el egoísmo y su toma de conciencia para la mejora de las condiciones laborales de los mineros. Francia, 1866.

El autor.- 
Émile Zola (1840-1902), es el primer representante del intelectual comprometido y de la novela naturalista francesa. Hijo de un emigrante italiano que llegó a ser oficial del ejército de Napoleón y que murió joven dejando a la familia en una situación económica precaria. Murió intoxicado y nunca quedó claro si había sido o no asesinado.

Mi opinión.- 
Empiezo este curso 3º de sociología y me he propuesto leer los clásicos del siglo XIX que reflejen la sociedad en la que surgió la primera de las Ciencias Sociales. He elegido este clásico francés y, aunque recomendarlo sería una obviedad, aquí os dejo mi opinión. 

La novela naturalista pretendió ser una descripción imparcial pero creo que apasionada de las conductas humanas. No trató de hacer juicios morales, ni tampoco pretendía proponer remedios; pero su hiperrealismo conmocionó de alguna manera a la sociedad de su época. Con una gran influencia del evolucionismo consideraba a los seres humanos determinados por su herencia genética y su entorno social.

Así Zola utiliza todos estos recursos para “fotografiar” con precisión, los pensamientos y las conductas de los personajes, incluidos los animales, y también de la mina. 

Desde el momento que el autor elige un solo narrador que describe a todos los personajes y también su mundo interior, adopta un punto de vista neutral, no se decanta ni por mineros ni por burgueses; se sumerge en la condición humana más íntima para reproducirla con objetividad documental. Sin embargo, creo que su condición de hijo de inmigrante le hace perder esa neutralidad y tener simpatías por los mineros y especialmente por las mujeres mineras, doblemente abusadas, por ser pobres y ser mujeres, y así lo narra a través de Étienne que ve pasear a las chicas mineras con sus enamorados “…derrengadas de fatiga, que todavía eran lo bastante idiotas para fabricar … carne para el trabajo y para el sufrimiento … engendrando muertos de hambre” o cuando describe a Catherine abusada por su novio “… con la resignación pasiva de las chicas que sufren al macho desde hora temprana”.

Y la mina es una “…bestia malvada … perturbando el aire con su penosa digestión de carne humana” y llevando “…hacia el abismo a los hombres que las fauces del agujero parecían beberse”.

Describe la indigencia escrupulosamente, hasta los detalles más míseros (la suciedad, la promiscuidad sexual, la traición); pero aún en esa sordidez en lugar de considerar culpables a los mineros, les ve reducidos a una condición de animalidad, heredada o impuesta; resignados a sufrirla con un fatalismo del que es imposible que escapen. Pero manteniendo su dignidad.

Por muy emponzoñada o tóxica o violenta que sea una situación, Zola encuentra como conmover al lector. Cuando un nuevo caballo se incorpora al trabajo dentro de la mina, Émile Zola nos cuenta lo que Batalla, el viejo caballo de carga que lleva años sin salir de allí, “siente”: "…se acercó y alargó el cuello para olfatear a aquel compañero que caía de aquel modo de la tierra… encontraba en su compañero el buen aroma del aire libre, el aroma olvidado del sol en las hierbas. Y de pronto estalló en un relincho sonoro, de una música llena de alegría donde parecía haber el enternecimiento de un sollozo. Era la bienvenida, la alegría por aquellas cosas antiguas de las que le llegaba una bocanada, y la melancolía de aquel prisionero que no volvería a subir sino muerto”. 

He leído esta novela para acercarme a la sociedad del siglo XIX y me deja un gusto amargo y la sensación de que cuando las cosas cambian para los trabajadores, casi siempre es a peor. Que las crisis son excusas para dejarnos sin derechos que costó alcanzar más de 150 años de lucha obrera. Que debajo de las teorías económicas, de la productividad, de la flexibilidad laboral, de la competitividad no está más que la explotación por codicia.

Algunos economistas del siglo XVIII, entre ellos David Ricardo, propusieron la “Ley de Bronce de los Salarios”: los salarios deben tender de forma natural al nivel mínimo para que el obrero únicamente pueda subsistir y reproducirse. Esto recuerda a aquel médico de un campo de concentración nazi que había calculado la cantidad de calorías que un prisionero debía ingerir para ser productivo y estar lo suficientemente débil para no poder rebelarse contra la tortura.



Germinal
Émile Zola
Traducción: Mauro Armiño
Alianza Editorial 

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