miércoles, 20 de octubre de 2021

Crónica: En la tierra de Caín de Amador Guallar (2019)

El autor.-
Amador Guallar es un periodista freelance, apasionado por la literatura y la fotografía. Como detalla en este libro estuvo viviendo en Afganistán durante 10 años, desde 2008, trabajando para diversos medios españoles e internacionales y también para ONG. En 2010 recibió también el Premio a la mejor fotografía de la ONU, por su trabajo con los desactivadores de minas antipersonas. Ha seguido cubriendo conflictos en Sudán del Sur, Tailandia o Sri Lanka. 

Mi opinión.-
Desde mi punto de vista este libro sobrepasa la calificación de crónica periodística, para convertirse en una crónica emocional e íntima del autor y de sus vivencias con la población afgana. Pero, eso sí, emoción muy contenida. Si hay que ponerle una pega a este libro sería que no dispone de un reportaje fotográfico que apoye el texto. Aunque el autor explicar por qué es así. Su salida de Afganistán no fue ni voluntaria ni premeditada. Un incendio, provocado o no, destruyó su apartamento y allí desaparecieron todas las notas y los primeros textos de este libro, incluidas también las fotografías tomadas durante los 10 años de trabajo.

Es muy crítico con la actuación de Occidente (aunque deberíamos ya diferenciar la actuación de EEUU de la actuación de los estados UE y también deberíamos tener muy claro que, lamentablemente y con cierta frecuencia, tampoco ha habido una posición coordinada y clara entre la UE y sus estados miembros). Por otra parte, de la crítica tampoco se salva el ejército turco, las ONG ni NNUU. El autor saca las vergüenzas de todos ellos poniendo por escrito actuaciones que ponen los pelos de punta: las sillas de ruedas para discapacitados o una mujer (creo que era funcionaria de NNUU) probándose burkas y riéndose delante del vendedor afgano. Una actitud desagradable, abusiva y poco empática con las mujeres que no pueden elegir quitárselo.

Queda de manifiesto en este libro que el autor es un gran conocedor de la complicada política local y también de algunas instituciones sociales propias que aquí nos resultan aberrantes. Habla en la página 70 del código pukhtunwali (yo lo he visto transcrito como pashtunwali) como el conjunto de reglas morales y maneras de conducta del hombre pashtún y por extensión del resto de etnias. Un código ético antiguo, no escrito gestionado y transmitido por los varones ancianos, que ordena la vida y la muerte de toda la tribu y que superpuesto a las normas del Islam genera un lugar todavía más oscuro, peligroso y precario para mujeres, niños y niñas que para los varones adultos.

Un código social que, como cualquier otro, podría haber evolucionado y no lo ha hecho. No se ha modificado porque no ha querido, porque beneficia a una minoría que usurpa siempre el poder, no porque sea algo esencial, sagrado e inmutable. Por ejemplo, dentro de este código, Guallar menciona el ninawati y lo define como “buscar la ayuda y el consejo de un hombre influyente en tiempos de necesidad”. ¿Realmente esto es tan diferente a lo que ocurre en sociedades clientelares dominadas por el enchufismo, el nepotismo y el caciquismo? ¿De verdad es tan diferente buscar la ayuda de alguien influyente? Yo creo que no.

Hay otras costumbres o instituciones sociales que nos son más conocidas y que también pertenecen al pashtunwali. El bacha bazi, niños danzantes, esclavos para pedófilos respetables, o el bacha posh, una costumbre en la que las niñas, entre 8 y 10 años, son disfrazadas por sus familias de niños (incluso se les cambia el nombre) para evitar los matrimonios infantiles. No es difícil imaginarse que en el mundo rural, a los caciquillos que se encaprichasen de una niña para comprarla y casarse con ella, no se les podrá decir que no fácilmente y por ello los padres optan por hacer desaparecer a sus hijas bajo la apariencia de hijos varones. Creo que ambas prácticas están íntimamente relacionadas. Si a los hombres que detentan el poder se les dificulta el acceso a las niñas elegirán a los niños para su deleite.

Se habla en estos días del fracaso de una invasión occidental destinada a crear una democracia en Afganistán. Incluso se dice ahora que la invasión no tenía esa finalidad sino luchar contra el terrorismo yihadista. En fin, en cualquier caso todo puede someterse a crítica y desde ese punto de vista también podemos criticar las deficiencias de la sociedad tribal afgana. La invasión no podía estar dirigida a crear desde cero una democracia liberal burguesa porque la mayoría de la población afgana no lo ha querido así. Se nos olvida siempre el cleavage rural/urbano y se nos olvida que la población rural siempre es la más desatendida y, precisamente por esto, es donde el conservadurismo, de cualquier tipo, es más sólido. ¿De quién es entonces el fracaso?

Para que un proceso de nationbuilding sea efectivo se debe de querer un cambio profundo en la sociedad donde se interviene y especialmente en su sistema de creencias. Algo que la sociedad tribal afgana parece que no quiere hacer. El primer paso, desde mi punto de vista, sería deslindar el Islam como religión (en el ámbito privado) del Islam y otras prácticas anteriores como estructuras vertebradoras del orden social (en el ámbito público). Un proceso similar a la secularización (imperfecta y todavía inacabada) vivida en Occidente. Si no es así, el Islam queda grabado a fuego como forma de vida impuesta a todos aquéllos que han nacido en un país musulmán y como sistema de poder que, febrilmente excluyente, tampoco acepta otras formas de convivir.

El nationbuilding occidental ha fracasado pues, y no sólo por sus deficiencias, sino también por el desinterés de las autoridades afganas. Dejemos entonces el país cuanto antes y que otro, la República Popular China por ejemplo, sea el encargado de reconducir la situación. Para mi trabajo final de máster, investigué la actuación de la RP China en Oriente Próximo y su estrategia de ascenso pacífico, tan diferente a la occidental, y que, posiblemente y a muy largo plazo, esté dirigida a conseguir el liderazgo mundial. Una de las características de la actuación china ha sido no condicionar la ayuda a sus socios a la realización de cambios sociales y sobre todo políticos. En este sentido, la RP China es un serio competidor aventajado respecto a la Unión Europea que, como potencia normativa, sí que exige a sus socios cambios inspirados por las democracias occidentales. Está visto que la mayoría de la población afgana no quería estos cambios. A ver qué tal les va sin ellos y a ver si podemos dejar de culpabilizarnos. Y, de verdad, que no lo digo con cinismo. 


En la tierra de Caín
Viaje al corazón de las tinieblas de Afganistán
Amador Guallar 
Península


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