jueves, 14 de marzo de 2019

Cine: Cafarnaúm de Nadine Labaki (2018)


La única noticia que tenía sobre la ciudad de Cafarnaúm era que Cristo predicó allí el Evangelio y que pueden visitarse todavía las ruinas de la Casa de Pedro. No había pensado nunca en que también podría ser una metáfora de una ciudad que vive en el siglo XXI y que expulsa a algunos de sus ciudadanos como si no quisiera haberlos tenido nunca o como si renegase de su propio nombre. No estoy segura, pero creo que el significado en árabe Kfar Nahum sería ciudad del consuelo.


En cualquier caso, esta es una película libanesa y se desarrolla en los arrabales de Beirut, donde lo único que se desenvuelve con facilidad y con verdaderas ganas de engullirlo todo es la miseria. Allí vive Zein, un niño de unos 10-12 años con sus padres y sus hermanas más pequeñas. Excepto una de ellas un poco mayor. Y este es el primer detalle que salta a la vista. Zein tiene que declarar ante un juez pero es el médico forense el que establecerá su edad porque nunca ha sido inscrito, nunca ha ido a la escuela, nunca ha ido al médico. En definitiva, nunca ha existido.


Zein está en la cárcel por, como él mismo dice, acuchillar a un cabrón. Pero se presenta ante el juez por otro asunto. Quiere demandar a sus padres por haberlo traído al mundo. No es una broma, es su sufrimiento. Doce años de sufrimiento constante. Cuando sus padres deciden vender a su hermana mayor por unas gallinas Zein escapa de su casa para conocer otras realidades igual de terribles pero, quizá allí, encuentre algo de luz.


Se ha criticado a la directora por hacer una película de pornomiseria, de recrearse de una manera morbosa en las circunstancias terribles de la vida de Zein. Y, al mismo tiempo, se le ha reprochado lo contrario que imponga un cierto final feliz y que la película acabe con una sonrisa. Yo creo que ha tomado un punto de vista muy neutro. En ningún momento se interesa por las causas de la miseria. Poco sabemos de los padres de Zein. El padre está en el paro y se pasa el día durmiendo; él únicamente obedeció. Le dijeron que se casase y que tuviese hijos que así sería feliz. La madre hizo lo mismo se casó con 11 o 12 años y empezó a parir sin descanso. Eso es lo único que sabemos.


La directora no juzga a los padres. Ni tampoco nos ofrece información sobre si la miseria tiene un origen religioso, social, político o, incluso, si deriva de la guerra que vivió el Líbano durante tantos años. Toma un punto de vista que me recuerda al naturalismo de Émile Zola y concretamente a la familia Maheu de su novela Germinal. Poco menos que reducidos a una condición animal, trabajar y reproducirse. Una condición no definida por su maldad intrínseca sino por estar sometidos a unas circunstancias de las que no pueden salir. Un círculo vicioso que nunca podrán romper. Esto explicaría el destino fatal en el siglo XIX, pero ¿y en el XXI?


Esta película también recuerda al cine posterior a la Gran Depresión ¿seguimos entonces igual sólo que en otro país, en otro continente? La directora se inspiró en noticias aparecidas en la prensa sobre la cantidad de niños sin escolarizar y destinados a trabajar desde la primera infancia. Realidad que está ahí y nos golpea sistemáticamente desde los telediarios pero a la que no le damos la importancia que debemos. ¿Qué clase de adultos serán esos niños, si llegan a ser adultos?


Las primeras escenas de la película son de niños jugando a matarse en una guerra no tan imaginaria; niños que fuman lo que encuentran por la calle; niños brutales que no vivirán nunca un final feliz. ¿Qué clase de adultos serán esos niños, si llegan a ser adultos? Zein es la esperanza, siempre y cuando tenga una oportunidad.


Dirección y Guion: Nadine Labaki
Música: Khaled Mouzanar
Fotografía: Christopher Aoun
Intérpretes: Zain al Rafeea, Yordanos Shiferaw, Kawthar al Haddad 




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