El autor.-
Peio H. Riaño es historiador, crítico de arte y periodista.
Ha trabajado como redactor jefe de cultura en Público y El confidencial. Ha
comisariado también la exposición colectiva Esculturismo.
Recibió en 2014, el premio Periodismo Cultural José Luis Gutiérrez por
renovar la manera de hacer periodismo cultural. Otras obras suyas: Conductas envenenadas.
Mi opinión.-
En este libro Peio H. Riaño ha querido poner de manifiesto
la desigualdad de género en el mundo del arte y en concreto en el Museo del
Prado. Yo echo de menos en esta obra dos cosas. En primer lugar, referencias
hacia otros museos, nacionales y extranjeros, que supongo llevarán la misma
dinámica y, en segundo lugar, las obras estudiadas por Riaño tratan de
disfrazar los asuntos más escabrosos, las violaciones, los raptos o la
pedofilia, pero hay toda una tradición de utilización del cuerpo de las mujeres
como propaganda que no aparece criticada en su libro.
Sabemos, porque se sigue haciendo, que se han utilizado las
imágenes de cuerpos desnudos de mujeres como propaganda para muy variados
fines, sin duda más amables que los antes mencionados pero igualmente abusivos.
Así, vemos cuerpos de mujeres utilizados como fuentes o como meros adornos o
cuerpos de mujeres que simbolizan la libertad, el progreso y el desarrollo, la
caridad, la riqueza o la pobreza o muchos otros significados que, en realidad, no
son más que una excusa para exponer cuerpos desnudos de mujeres a la curiosidad
masculina. Yo creo que esto también es una manifestación del abuso.
El libro está estructurado en tres partes. En la primera,
estudia a algunas artistas y pone de manifiesto las dificultades que tuvieron
para acceder al estudio y a los conocimientos. En la infancia se nos inculca la
idea que existen genios y que estos genios no tienen nada que hacer más que
explotar su genialidad. Cuando en realidad los pintores, escultores, artistas
en general, han debido de estudiar, practicar y prepararse concienzudamente
para llegar a desarrollar su genio. Algo que les estuvo prohibido a las
mujeres.
Cuando alguna de ellas mostraba algún talento es posible que
se la dejase explotarlo como una curiosidad exótica. Como un mono amaestrado que
imite algunos comportamientos humanos. Pero no se les permitía acceder al
conocimiento en igualdad de condiciones que a los hombres. De ahí que existan
tan pocas artistas conocidas y que éstas sean consideradas excepciones válidas
que, sin embargo, no crean escuela.
En la segunda y tercera partes, el autor subraya la
intención consciente de los hombres que rigen los museos por ocultar la
violencia contra las mujeres, definiendo el arte como una actividad destinada a
exaltar la belleza de una modo amable, sin tener en cuenta el contexto social
en el que esa belleza se produce. Así, renombran cuadros para que desaparezcan
unas mujeres y aparezcan otras más políticamente correctas; utilizan eufemismos
que esconden violaciones o directamente llevan al almacén los temas que pueden
causar desazón en los espectadores. Ocultan también el nombre de las autoras,
no les dedican el espacio museístico que les correspondería y contribuyen de
esta manera a su olvido. Y a pesar de que pasan los años sigue siendo así. Sólo
hay que recordar la rebelión de las Gorilla
Girls en Nueva York en los años 1980.
Mucho trabajo queda por hacer para equilibrar la presencia de
hombres y mujeres en todos los órdenes del espacio público. Está bien que se
sea consciente de eso y creo que el cambio ya ha comenzado. Espero que no sea
una moda. Hace unos meses estuve en el Museo
Nacional Centro de Arte Reina Sofía, viendo una exposición sobre artistas
francesas también de los años 1980, Musas
insumisas y que tenían intención de volver a ver cuándo se declaró la
pandemia. Que cunda el ejemplo y que haya muchas más iniciativas como esa.
Las invisibles
¿Por qué el Museo del Prado ignora a las
mujeres?
Peio H. Riaño
Ed. Capitán Swing
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