La autora.-
Mi opinión.-
Este libro es muchos libros, al mismo tiempo. Y también
pretende ser muchas voces o varios ecos de la misma voz. Una mujer de origen
mejicano emprende un viaje por Estados Unidos con su familia recompuesta. Es
decir, tanto ella como su marido tienen hijos de relaciones anteriores que han
convivido durante unos años como si fueran hermanos y que si la relación entre
su padre y su madre fracasa dejarán de verse para siempre. Es un libro sobre la
elaboración del duelo por la pérdida del amor, pero antes de que esta pérdida
se haya producido realmente.
Y también la historia de la búsqueda del eco de los primitivos pobladores del territorio, asesinados y desplazados por estrategias colonialistas y genocidas. En esta parte se incluye la crónica histórica y geográfica de la Apachería y de la derrota de los indios y también la marginación y discriminación del mundo hispano. Además, como eco de todo ello aparece reflejada la crisis migratoria de 2015, desde un punto de vista que trasciende la mera crónica periodística y toma tintes de clásico realismo mágico.
Es también un libro de carretera, género que quizá sólo exista en Estados Unidos dada la movilidad de sus ciudadanos y sobre todo la extensión del país. Se puede seguir el trayecto de los protagonistas perfectamente y da una idea del abismo que separa los distintos territorios, semivacíos pero protegidos de la inmigración no deseada. Quizá habría que empezar a hablar de los distintos países que conforman los Estados Unidos porque no creo que tengan muchas cosas en común los estados de Nueva York y Arkansas o California y Montana. De momento, en tiempos de prosperidad aunque ésta se esté agotando, permanecen unidos; más adelante, ya veremos. Especialmente, si Trump vuelve.
En paralelo a la historia de los protagonistas, también se cuenta la otra historia, la de niños perdidos. Los niños inmigrantes enviados por sus familias en busca de un futuro mejor tienen que pasar antes de llegar por un infierno. No habría mejor palabra que ésta para describir el desierto y también los abusos de los coyotes, de las autoridades y de todos aquéllos que ganan dinero explotando la miseria de los pobres. Así esto niños arriesgan su vida para cruzar una frontera que pretende mantenerlos en la miseria y no darles ninguna oportunidad. En este caso, la autora utiliza la crónica periodística o las fichas de mortalidad de migrante y otros recortes que aborda desde una perspectiva sociopolítica, aunque esta escritura nunca esté dominada por un lenguaje más frío y distanciado.
En la segunda parte, a partir de la página 233, habla el hijo mayor, el de 10 años y hace un resumen de lo tratado hasta entonces, desde su punto de vista. Me pareció que este recurso no funcionaba bien porque, en realidad, la voz de la madre y la del niño apenas se diferenciaban pero comentándolo con otra gente me di cuenta de que el niño actuaba como si fuera el eco de la madre. Y es así en el resto del libro, la narración se va repitiendo en palabras, después en onomatopeyas y al final en una lista de imágenes tomadas con polaroid hasta que se desvanece completamente. Tal y como haría el eco. Además, la monotonía de un paisaje tan plano y calcinado por una luz cegadora remite también al estancamiento del tiempo y a la ausencia de futuro. El tiempo sin futuro queda como mera repetición como un eco, como el vestigio de vidas pasadas. Así se establece el paralelismo entre el viaje de los niños perdidos y los hijos de la protagonista, también perdidos. Para mí esta parte de la narración es la más alegórica y la que más recuerda a Pedro Páramo de Juan Rulfo. Una narración dominada por la desesperanza y el olvido, el desierto y la calcinación en la que parece que la muerte ha alcanzado a todos los niños. El capítulo Sueña caballos es lo que me sugiere, la muerte de los niños. Intercaladas durante todo el texto se pueden encontrar las Elegías por los niños muertos.
Valeria Luiselli
Traducción de Daniel Saldaña París y Valeria Luiselli
Ed. Sexto Piso
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