Otro inconveniente para mí, es que los capítulos son autoconclusivos, pueden considerarse pequeños relatos independientes pero que, al mismo tiempo, no impulsan al lector a continuar una lectura que, por momentos, se hace desagradable. Hasta que no se produce un hecho trágico no existen continuidad entre los capítulos y ese hecho trágico se produce bien avanzada la segunda mitad de la novela.
Existe también un constante regodeo de la autora en lo sórdido, en el feísmo y en la personalidad abusiva de Isora (una de las adolescentes protagonista). Recuerda demasiado a la trilogía de Elena Ferrante de “La amiga estupenda”, excepto porque está ambientada en las Islas Canarias y en los años 2000; lo que todavía hace más terrible ciertas cosas que suceden en la novela.
Con todo esto, me parece que el esfuerzo y los hallazgos estilísticos de la autora más parecen una cadena que una liberación. Lo digo por el trabajo que le habrá supuesto recrear la oralidad de las adolescentes, repleta de localismo y de jerga propia de los jóvenes de los años 2000. Una tarea que puede ser fascinante pero, al mismo tiempo, debemos considerar que el lenguaje es un código fabricado para facilitar el entendimiento y la comunicación. Debe, por ello, ser compartido entre hablantes o entre escritora y lectores para que cumpla esta función. Y creo que, en este caso, actúa bastantes veces como obstáculo.
Panza de burro es un fenómeno meteorológico propio de las Islas Canarias. Es una acumulación de nubes de baja altura provocada por los vientos Alisios y que, al mismo tiempo, que refresca produce una gran sensación de ahogo por la acumulación de humedad. En nuestro caso, parece ser el fatalismo que persigue a la protagonista. Se podría considerar una novela de crecimiento con los primeros encuentros sexuales en los que predominan el abuso y el asco. Es una primera novela interesante pero no apta para todos los estómagos.
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