viernes, 3 de diciembre de 2021

Cine: El espía inglés de Dominic Cooke (2020)

Desde hace unos años parece que asistimos a una revitalización del cine de espías en el período de la Guerra Fría pero con dos diferencias importantes respecto a películas anteriores: los protagonistas no son espías profesionales pero no por ello son menos efectivos y además las pelis están basadas en hechos reales. La primera de esta revitalización que yo recuerde fue El puente de los espías

Pues El espía inglés sigue esta estela. En ella nos encontramos con Greville Wynne un hombre de negocios “galés, no inglés” (habría que corregir el título de la película en castellano) que realizaba frecuentes viajes a la Europa del Este en los años 1960. Así es reclutado por el MI6 y la CIA que andaban escasos de personal para misiones no muy comprometidas, si es que esto existía durante la Guerra Fría. El caso es que debía limitarse a hacer de correo entre Oleg Penkovsky, un alto cargo de la inteligencia militar de la Unión Soviética.

Penkovsky estaba muy preocupado por el estallido de una guerra nuclear y, especialmente, por el carácter impetuoso y atrabiliario del mandatario soviético Jrushchov. Éste, al mismo tiempo que intentaba implementar mejoras para la vida de la ciudadanía soviética y “aligeraba” el aparato represor de la era stalinista, también consideraba que los misiles eran una parte fundamental de la guerra del futuro, más aún si eran misiles nucleares, y por ello destinaba ingentes cantidades de dinero a la investigación y puesta en funcionamiento de estas nuevas armas.

Uno de los escenarios para probar la efectividad de estas armas, por su proximidad a Estados Unidos, era Cuba. Esto provocó la crisis de los misiles y el  inicio del bloqueo contra Cuba, en 1962. Parte de los documentos que mostraban la construcción de silos para misiles fueron facilitados por Penkovsky y trasladados a Londres por Wynne. Lo que no se dice en la peli es que el traslado de misiles a Cuba fue la respuesta de la URSS a la instalación de misiles estadounidenses en Turquía.

De cualquier manera, Penkovsky y Wynne estuvieron involucrados en esta operación durante los dos años anteriores aunque, al final, fueron descubiertos, encarcelados, sometidos a juicio y Penkovsky ejecutado por traidor. Wynne fue condenado a 8 años de cárcel en Lubyanka, pero después de unos años de cárcel y maltrato fue canjeado por un espía soviético en 1964 y volvió a su plácida vida de civil en Londres.

Sin embargo, y esto lo que me ha parecido más extraño, el director de la película no se centra tanto en el contexto político como en la relación entre los dos hombres que desarrollar una gran amistad y un profundo respeto mutuo, sin necesidad de grandes discursos, de palabras altisonantes o de demostraciones exageradas de afecto. Lo que correspondería entre un británico y un soviético. El papel de Wynne está escrito y dirigido para lucimiento de Benedict Cumberbatch que lo interpreta con una entrega absoluta, incluido un gran cambio físico y a pesar de esa tendencia a “poner morritos” que comparte con Daniel Craig. Como dicen en la película Wynne es un cuarentón fofo, poco agraciado, con cierto sobrepeso, con una tendencia importante a beber demasiado y a ser infiel a su mujer, graciosete y vulgar a partes iguales y cuya participación en la II Guerra Mundial había sido tan arriesgada como pegar sellos en un oficina de Londres. Pero participar en esta operación supone ser un héroe temporal y precario. Y uno de los primeros cambios que sufrirá y que, además, pillará por sorpresa a su mujer, será un reencuentro con el vigor sexual de su juventud. No está mal.

Penkovsky, por su parte, es un militar de casta, de alta graduación, del servicio de inteligencia soviético. Comprometido con su país y con su familia que, realmente, se teme lo peor. Hoy se le considera como una pieza fundamental que alteró el curso de la Guerra Fría. Está muy bien interpretado por Merab Ninidze, un actor georgiano al que no conozco. Aunque su papel supone más contención y menos lucimiento sabe sacarle partido, especialmente, en la escena final en la que se reencuentran en la cárcel los dos y Wynne le dice que es él quien ha conseguido parar un enfrentamiento nuclear. Su mirada entonces lo dice todo. En su mirada está el orgullo por el deber cumplido, la aceptación de la muerte como sacrificio por un bien superior y la paz de espíritu.

La película está dirigida por Dominic Cooke, uno de los artífices de la megaserie de televisión The Hollow Crown, adaptación de los dramas históricos escritos por Shakespeare y también de la magnífica En la playa de Chesil. Un director de prestigio y acostumbrado al riesgo. Quizá por ello ha elegido contar la historia desde el punto de vista que podría considerarse más anodino, una relación cordial de negocios entre los dos hombres, en lugar de centrarse en el contexto político de la Guerra Fría o en los vericuetos judiciales de un proceso por traición o en el sufrimiento en la cárcel o en la muerte. A todo esto, apenas le dedica unos minutos y el transcurso del tiempo se soluciona con un fundido en negro y un rótulo. Sin embargo, la película resulta emocionante a pesar de sus colores grises y su ambiente frío. Eso es hacer buen cine.


Dirección: Dominic Cooke
Guion: Tom O'Connor
Música: Abel Korzenniowski
Fotografía: Sean Bobbitt
Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Merab Ninidze, Rachel Brosnahan, Jessie Buckley

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