martes, 11 de septiembre de 2018

Museo del Romanticismo. Madrid


Aprovechando que había una exposición de fotografía del siglo XIX, Se va mi sombra, pero yo me quedo fui a visitar el Museo del Romanticismo, donde no había estado nunca. Me ha parecido precioso. Muy bien cuidado y con una colección excelente. Pero eso sí, imposible abarcarlo en una única visita.

El palacete fue construido en 1776 y fue propiedad del marqués de Matallana. En los años 1920, el marqués de la Vega-Inclán alquiló el edificio para sede de la Comisaría Regia de Turismo y después albergó allí también su colección sobre el romanticismo que, en los años 1980 se completó con otras piezas, hasta llegar a las 20.000 actuales. Me ha parecido muy curioso que ya en los años 1920 hubiera una Comisaría de Turismo, supongo que sería una especie de Dirección General para promocionarlo. No lo sé. Nos parece que el turismo surgió en los años 1960, pero el interés por promocionarlo ya había sido anterior. Aunque fuese un turismo más cultural y selecto y no tan masivo y puramente playero.


Dormitorio de ella. Dormitorio de él. 


Recientemente el museo ha cumplido sus primeros 90 años y en la exposición que vi volvió a estar habitado por las sombras que aparecen en las fotografías de su colección. Esto produce una sensación muy extraña, muy en línea con el romanticismo y su visión de la vida y la muerte, que también puede percibirse en los cuadros y en el resto de objetos del museo, incluidos los juguetes de los niños. Exposición. Se va mi sombra, pero yo me quedo

El salón del teatro y la literatura 

El romanticismo fue un movimiento muy revolucionario y en absoluto ñoño. Estaba fascinado con la fantasía, lo sobrenatural y lo mágico, las invenciones y el desarrollo de la ciencia. En España se instaló de manera tardía, pero por eso mismo fue muy intenso. Tuvo dos vertientes principales. En primer lugar, el romanticismo historicista que reivindicó la literatura del Siglo de Oro, considerada como aglutinante del nacionalismo cultural español. La otra vertiente fue el costumbrismo, centrado en las clases populares, más castizas y espontáneas y que, al final, contribuyó a la decadencia del mismo movimiento romántico.


En la planta baja, frente a la entrada principal se sitúa el patio de San Mateo; cerca de él está también el jardín del magnolio, pero no me quedó tiempo para visitarlo. En la planta noble se sitúan las dependencias de la vivienda principal. Cada una de ellas mantiene el uso para el que fue pensada y además alberga las obras del museo. Queda, así, muy bien distribuido.


En la antecámara está este espectacular cuadro de Charles Porion de 1867, Isabel II dirigiendo una revista militar, aparte del porte de la reina y que está acompañada por el rey consorte, destaca también la expresión de sufrimiento del caballo. Un precioso caballo blanco en primer plano.


El salón de baile es una de las piezas principales del edificio. Los burgueses románticos estuvieron muy preocupados por la cultura, el arte y la literatura, pero también sabían disfrutar del ocio, con bailes y mascaradas. De este salón me quedaría con todo el mobiliario. El sofá circular de capitoné, el sillón de secretos, el arpa y las sillas y los sillones. Seguro que fueron testigos de muchos amoríos prohibidos. Al fondo, un retrato de Isabel II pintado por José Gutiérrez de la Vega y a ambos lados del espejo los Marqueses de las Marismas del Guadalquivir, de Francisco Lacoma.



En la sala de los costumbristas andaluces encontré este cuadro de 1855 de Eugenio Lucas Velázquez. Se llama La plaza partida. Me llamó la atención porque apenas hay toros pero los caballos han sido víctimas destripadas de una gran violencia. El público, ricos y pobres, abarrota la plaza y está deseoso de ver la sangre y de exhibirse como hace la mujer de la mantilla negra.



Los niños también eran protagonistas de la casa y tenían su propia habitación para juegos. Muñecas de cara de porcelana con sus correspondientes ajuares (y que aquí dan un poco de miedo), casas para las muñecas, álbumes de cromos, juegos de cartas y también un coche que, supongo, iría tirado por un perro (lo cual no me gusta nada). Para las mujeres adultas la costura y el bordado también podía ser un entretenimiento. Y por supuesto el baile y los carnets de baile.



Los románticos también tuvieron un interés especial, y quizá morboso, por la muerte. En la sala de juegos de los niños estaba esta escultura de un Infante muerto de José Piquer y Duart. En el Gabinete de Larra, se puede ver el célebre retrato de Vicente Palmaroli de 1870, Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte y también las dos sátiras sobre el Suicidio romántico y el Suicidio romántico por amor de Leonardo Alenza.




Pasando ya a la sala de la literatura y el teatro, a la que tan aficionados eran los románticos, seguimos con la muerte. Esta vez con un cuadro pequeño y cargado de significado y con título terrorífico. La novia enterrada viva de Eduardo Cano de la Peña. En realidad no está enterrada sino encerrada en una especie de celda, desde el día de su boda. Parece que esta idea de la joven encerrada en un convento desde la boda por un vengativo marido era muy del gusto de la época romántica. Seguramente el marido se casaría para acceder a los bienes de la novia y le molestaría tenerla cerca. Con una composición muy sencilla el autor nos enseña el sufrimiento de la joven novia.


Otra de las piezas más curiosas, el retrete de Fernando VII, de caoba, bronce y terciopelo, de 1820. Este mueble estuvo en el Museo del Prado, en un pequeño cuarto dedicado al aseo de los reyes y que tenía vistas al Jardín Botánico. Hoy es la sala 39. Parece que aunque fue encargado por Fernando VII, lo utilizó su hija Isabel II porque él había muerto antes de que estuviera acabado. La factura quedó sin pagar. Muy curioso. Me hubiese gustado también ver las habitaciones de los criados y las cocinas y alacenas. También es importante saber cómo vivían ellos.


Museo del Romanticismo
C/ San Mateo 13, Madrid.

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